Capítulo 8

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NICK

Iba a tener que tener mucho cuidado con Noah. La noche anterior las cosas podrían haber acabado muy mal, si mi padre llegaba a descubrir lo que había estado haciendo... Me preocupaba no saber cómo seguir manteniendo mi vida oculta ahora que ya no solo éramos dos personas viviendo en esa casa. Yo no dejaba que mis dos mundos se mezclaran, era muy cuidadoso con eso, más me valía.

Como siempre en esas fechas se hacían las carreras ilegales en el desierto y ese día después de la fiesta debía estar ahí. Era una locura: música rock, drogas, coches caros y carreras hasta que salía el sol o venía la policía, aun- que casi nunca se entrometían, ya que las hacíamos en tierra de nadie. Las chicas se volvían locas, la bebida estaba en manos de todos y la adrenalina era el ingrediente perfecto para vivir la mejor noche de toda tu vida... Siempre que no fueras el contrincante, claro.

La banda de Ronnie siempre competía contra nosotros; el que ganaba se quedaba con el coche del perdedor, aparte del dineral que se jugaba en las apuestas. Eran peligrosos, yo lo sabía de primera mano y por ese mismo motivo todos confiaban en mí cuando se encontraba cerca. Ronnie y yo teníamos un trato amistoso que podía romperse tan fácilmente como quien rompe un papel y aquella noche tenía que estar tan alerta como me fuera posible, además de ganar las carreras como fuera.

Necesitaba asegurarme de que Noah no iba a irse de la lengua, y por eso me paré ante su puerta antes de que fuese la hora de salir hacia el hotel en donde se celebraría la fiesta.

Después de llamar tres veces y de esperar casi un minuto apareció frente a mí.

—¿Qué quieres? —me preguntó de malas formas.

La rodeé y entré en su habitación. Antes de que mi padre se casara con su madre aquella habitación me había pertenecido.

—Esto era mi gimnasio, ¿sabías? —le dije dándole la espalda y acercándome a su cama.

—Qué pena... el niño rico se queda sin sus máquinas —comentó burlándose; entonces me volví para encararla.

La observé detenidamente, en un principio para fastidiarla a medida que recorría sus curvas con mis ojos pero después no pude más que admirar su cuerpo. Mis amigos tenían razón, estaba como el queso, y no sabía si eso era bueno o malo, teniendo en cuenta mi situación.

Llevaba un peinado de lo más elaborado: un moño recogido en lo alto de la cabeza con rizos que le enmarcaban el rostro de forma elegante y desenfadada. Lo que más me sorprendió, además del vestido azul claro que le llegaba hasta los pies y no dejaba mucho a la imaginación, fue lo maquilla- da que estaba: su piel parecía de alabastro y sus ojos, dos pozos sin fondo. Aunque no me solían gustar las chicas tan maquilladas, tuve que reconocer que sus pestañas parecían tan largas que me dieron ganas de acariciarlas con uno de mis dedos, y su boca... Ese color rojo carmín sería la perdición de cualquier hombre cuerdo.

Intenté controlar aquel deseo inesperado que me recorrió entero y le solté el primer comentario hiriente que fui capaz de imaginar.

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora