Capítulo 24

930K 40.4K 8.9K
                                    

NICK

La imagen de mi puño chocando contra ese idiota no dejaba de aparecérseme en la mente. Me había pasado toda la maldita cena deseando estampar- lo contra la pared y usarlo como saco de boxeo. No quería a Mario con Noah, punto. En realidad, no la quería con nadie pero aún no me atrevía a analizar el porqué de ese deseo. Durante toda la cena no había podido apartar los ojos de ella. Su manera de reírse, la facilidad con la que parecía entablar conversación con él, al contrario que conmigo, su forma inconsciente de acariciarse la parte inferior del cuello, donde estaba su tatuaje, y cuyo movimiento me había estado volviendo loco durante toda la noche...

Después de ver cómo se marchaba con él, simplemente me había levantado, había llevado a Anna a su casa y ahora me encontraba de camino a uno de los pubs que había en la ciudad. Ni siquiera me había quedado en casa de Anna, había estado insoportable, y comprendí que había pasado demasiado tiempo con ella las últimas semanas. Si no quería que se pensase que quería algo serio con ella, iba a tener que buscarme a otra tía para pasar el rato. Con esos pensamientos en mente entré en el local donde había pa- sado muchas horas los últimos años. Estaba en la parte baja de la ciudad y la gente que lo frecuentaba era de todo menos respetable. Los guardias de la entrada ya me conocían, por lo que no tuve que tragarme la cola de fuera para poder entrar. Ya dentro, la música era atronadora y las luces centellean- tes le daban un toque lúgubre y extraño a las personas que se pegaban para bailar con sus cuerpos sudorosos y colocados por sabe Dios qué tipo de droga.

Me acerqué a la barra y me pedí un JB observando a la gente que había a mi alrededor. Desde el año que había estado viviendo con Lion en ese barrio lejos de mi padre, de su dinero y todo lo que el apellido Leister representaba, me había hecho un hueco entre toda aquella gente; me respetaban y me aceptaban entre ellos y para mí había supuesto una perfecta vía de escape de todas las cosas que detestaba de la vida que ahora me veía obliga- do a llevar. Me había ido de mi casa en el instante en el que mi padre dejó de tener ningún tipo de custodia legal sobre mí. La relación que habíamos tenido desde el momento en el que mi madre desapareció había sido tan escasa que llegué a creer que a nadie le importaría si desaparecía y me bus- caba la vida por mi cuenta. Terminó mandando a su jefe de seguridad, Steve, a buscarme. Fue irónico ver cómo un hombre alto y trajeado aparecía en la casa que se había convertido en mi hogar, pero más irónico aún fue ver que tardó menos de tres minutos en darse cuenta de que si quería hacerme regresar iba a tener que venir con un ejército entero.

Steve había trabajado para mi padre desde que yo era un niño, y me conocía lo suficiente para saber que si yo no quería regresar no había nada que pudiesen hacer para obligarme a hacerlo... hasta que pasó lo de mi hermana y necesité ayuda de mi padre, claro.

Al día siguiente todas mis tarjetas de crédito fueron canceladas, y el dinero de mi cuenta corriente, retenido. Tuve que ponerme a trabajar en el taller del padre de Lion para ganarme la vida y nunca me sentí más libre y más realizado que en aquella época.

Pero la vida en aquellos barrios podía ser dura. Me dieron mi primera paliza nada más llegar y entonces comprendí que ser hijo de un millonario y vivir en aquellas latitudes no podía salir bien a no ser que me convirtiera en uno de ellos. Comencé a entrenarme todos y cada uno de los días: nadie iba a ponerme la mano encima otra vez, no mientras estuviese consciente como para devolver el golpe. Lion me enseñó a defenderme, a saber cómo pegar y también a encajar un golpe. La primera pelea seria vino dos meses después de haber estado entrenando, y dejar a un tío como Ronnie tirado en el suelo y manchado de sangre hizo que me ganara el respeto de todos los allí presentes. Las carreras y las apuestas llegaron bastante después y la tregua que surgió entre Ronnie y yo se hizo más evidente a medida que la gente iba escogiendo bando. Estábamos Lion y yo con nuestra gente y después estaba Ronnie con sus compinches de la droga y los delincuentes. Este comprendió que le salía más rentable tener un trato cordial con nosotros, sobre todo después de que mi padre nos sacara de la cárcel en una ocasión en que nos habían detenido por escándalo público.

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora