Capítulo 37

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NOAH

Las cartas habían dejado de llegarme, pero la última aún estaba grabada en mi retina. La palabra «papá» había causado en mi cerebro una respuesta inmediata contra los recuerdos infantiles que tanto había procurado olvidar. Hacía ya seis años que no sabía nada de él, ni siquiera había oído mencionar su nombre. A medida que habían pasado los días, las semanas, los meses y los años mi mente había fabricado un caparazón que me protegía de cualquier dolor procedente de recuerdos, emociones o situaciones de aquella etapa de mi vida que yo intentaba olvidar. No quería regresar allí, había un antes y un después. También mi madre había tenido un antes y un después tras aquellos primeros años. Y ahora todo había regresado para es- tallarme en la cara.

El simple hecho de recordar lo que había ocurrido en aquella época causaba en mi metabolismo una reacción de miedo muy difícil de sobrellevar y por eso mismo había acudido a las fiestas, recurrido al alcohol y a todo lo demás para poder escapar. Simplemente no era capaz de soportar aquello en ese preciso instante. No era lo suficientemente fuerte, no todavía; aún era una niña, aún no había pasado el tiempo necesario y aquel oscuro período debía permanecer escondido en el pozo profundo de mi mente y por eso me había comportado como una idiota aquella semana. Sabía lo que hacía y esas horas en las que mi mente estaba nublada debido a los efectos del alcohol eran las únicas en las que mi corazón y mi cerebro estaban tranquilos.

Gracias a Dios mis nuevos amigos no veían raro eso de emborracharse casi todos los días, por lo que no tuve que comerme mucho la cabeza para conseguir lo que deseaba. El único obstáculo había sido Nick.

Desde que habíamos regresado de ese estúpido viaje no había dejado de comportarse como un auténtico hermano mayor. Me regañaba si bebía, me cuidaba cuando estaba borracha y hasta me había desnudado y duchado para que se me pasase la curda la noche anterior. Lo sé, era ridículo, ridículo y algo muy confuso. No quería que se preocupara por mí, simplemente necesitaba afrontar las cosas por mí misma y a mi manera. Había visto demasiadas veces cómo mi madre bebía hasta emborracharse cuando por fin nos libramos de mi padre. Si a ella la ayudaba, ¿por qué iba yo a abstenerme?

Con esos pensamientos regresé al día siguiente del colegio. Apenas había prestado atención a las lecciones de los profesores, ni siquiera había ingerido ningún tipo de alimento desde la noche anterior. Mi estómago se negaba a alimentarse y mi mente estaba adormecida, ya que esa era la única forma de mantener mis demonios a raya. Aquel día me había llevado Jenna a casa; mi madre estaba fuera con William otra vez y no regresarían hasta pasados dos días. Ni siquiera sabía adónde se habían marchado y tampoco es que me importase. A veces en algún momento del día cuando bajaba la guardia recordaba las amenazas de mi padre y el miedo se apoderaba de mí hasta casi impedirme respirar. Pero él estaba lejos, en la cárcel, nunca podría ponerme las manos encima. Entonces, ¿cómo era que Ronnie me entregaba las cartas?

Dejé mi bolso sobre el sofá de la entrada y fui directa hasta la cocina. Allí estaba Nicholas con Lion. Los dos me miraron en cuanto puse un pie en ella.

—¡Hola, Noah! —me saludó Lion con una sonrisa tensa. A su lado Nick se me quedó mirando unos segundos.

—¡Hola! Tu novia acaba de marcharse —le hice saber mientras me acercaba a la nevera y cogía la botella de zumo de naranja. En la mesa habían dejado los restos de lo que supuse habían sido sándwiches de queso. Thor, el perro de Nick, apareció moviendo la cola.

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora