Capítulo 25

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NOAH

Lo último que esperaba encontrarme al entrar en casa era a un Nick completamente destrozado. La sorpresa al haber visto su llamada en mi móvil dejó paso al horror en menos de un segundo.

—¿Dónde coño estabas? —inquirió de forma intimidante, como siempre. Aquella pregunta me dejó descolocada por un instante, pero lo que más me dejó alucinada fue su aspecto. Tenía el ojo izquierdo completamente amoratado y su labio estaba partido, pero eso no era lo peor: en su torso desnudo entreví los hematomas que estaban comenzando a formarse bajo aquella piel bronceada y aquellos abdominales. Por un momento, ver aquellas heridas me dejó paralizada. Sentí cómo el corazón me latía a mil por hora y el pánico me invadía haciéndome sentir mareada. No me gustaban las heridas ni la sangre y los oídos comenzaron a pitarme, así que tuve que sujetarme un instante a la puerta.

—¿Qué te ha pasado? —le pregunté con la voz ahogada.

Nicholas estaba enfadado: lo podía ver por cómo apretaba la mandíbula con fuerza y por cómo me miraba: como si en cierta manera yo fuese la culpable de sus heridas.

—Te he hecho una pregunta —me dijo tirando de malas maneras la bolsa de guisantes congelados sobre la mesa de la entrada.

Sacudí la cabeza al mismo tiempo que cerraba la puerta sin hacer ruido. Mi madre y Will ya estarían acostados y no quería despertarlos, algo que parecía no importa a Nick, habida cuenta del volumen de voz con el que se estaba dirigiendo a mí.

—Estaba con Mario —le contesté acercándome hacia él. A pesar de las ganas terribles que tenía de alejarme corriendo de aquellas heridas, no podía ignorar su estado—. Lion y Jenna se han reunido con nosotros poco después de tomarnos un helado; además, ¿qué importancia tiene eso? ¿Tú te has visto? —repliqué estirando el brazo para rozar inconscientemente uno de los hematomas que tenía justo en un costado del estómago.

Su mano voló hacia la mía para apartarme, pero en vez de un manotazo, que es lo que hubiese esperado de él, me la sujetó con fuerza, tanta que me hacía daño. Levanté los ojos hacia él, y vi rabia y miedo en su mirada.

—Ven a la cocina, necesito hablar contigo —me pidió entonces tirando de mí y arrastrándome tras él. Involuntariamente me fijé en su espalda des- nuda. ¡Dios, se le marcaba cada músculo cuando caminaba! Y esa visión despertó en mí el deseo de acariciar la piel tersa de su cuerpo. Se veía cómo otro cardenal comenzaba a formarse en uno de sus costados y de repente sentí tal odio hacia la persona que le había hecho eso, que mi visión se nubló.

Nick solo encendió la lamparita de la campana, por lo que la luz era tenue cuando se sentó en una de las banquetas de la isla aún sin soltarme la mano. Verlo en ese estado me estaba matando, podía comprobar cómo sus ojos se fruncían por el dolor con cada movimiento que realizaba, y mi mente no dejaba de imaginar formas de hacerle sentir mejor.

—¿Has notado algo raro hoy cuando has estado por ahí? —me preguntó con la preocupación tiñendo su rostro—. ¿Alguien que te seguía, o algo parecido?

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora