Capítulo 47

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NOAH

Me dolía todo el cuerpo al haber estado tendida de la misma manera desde que había llegado hacía ya no sé cuántas horas. Me había dormido a ratos pero los nervios no me dejaban perder la consciencia por más de unos cuan- tos minutos. No sabía qué iba a ocurrir pero necesitaba urgentemente salir de allí. Me estaba agotando el ruido incesante de esa música de discoteca que se escuchaba de fondo y ni que decir tiene de aquella habitación claustrofóbica con apenas luz en su interior.

Cuando ya empezó a entrar algo de claridad en la habitación procedente de un tragaluz de una esquina, comprendí que iba a tener que hacerme a la idea de que cabía la posibilidad de que nadie me encontrase. Aquellos pensamientos me hicieron reemprender el llanto: el miedo seguía presente en todo mi cuerpo.

Ronnie había vuelto a entrar. Se había quedado a los pies de la cama, observándome sin ponerme una sola mano encima pero haciéndome algo muchísimo peor. Me había torturado apagando la luz roja que había en un lado de la habitación. Me había dejado a oscuras durante minutos, minutos en los que estuve más aterrorizada que en toda mi vida; saber que él estaba ahí, a mis pies, a oscuras y que podía hacerme algo, había sido lo mismo que con mi padre, pero peor, porque en esta ocasión yo no podía defender- me, no podía huir de nadie, estaba encadenada a la pared y podían hacer conmigo lo que les diera la gana. Su risa al escuchar mis sollozos y mis súplicas para que encendiera la luz aún resonaba en mi cabeza.

Cuando se marchó intenté tranquilizarme y en ello estaba después de no sé cuánto tiempo. Fuera la música había dejado de resonar tan fuerte y hacía un rato que solo escuchaba mi propia respiración acelerada. Entonces, de repente, escuché un ruido procedente del piso superior: era como si muchas personas estuviesen corriendo sobre mi cabeza. Entonces los que estaban fuera empezaron a gritarse entre ellos y, de pronto, a sus voces se les sumó un montón de ruidos de disparos y más gritos. Me puse en tensión con el corazón en un puño hasta que mi padre apareció por la puerta, con la cara sudorosa y el rostro más temible que nunca.

Se acercó hasta mí y con un movimiento rápido me liberó de las cadenas. Cuando vi lo que llevaba en la mano intenté alejarme de él todo lo posible. Me clavó la punta de la pistola en un costado de mi cuerpo y me quedé petrificada.

—Ni se te ocurra mover un solo músculo —me advirtió haciéndome daño con la presión.

—Por favor... —supliqué entre sollozos cuando comprendí que ese hombre era capaz de cualquier cosa.

—¡Cállate! —me ordenó empujándome hacia una puerta que había fuera y por un pasillo a oscuras. Aquella falta de luz me puso de los nervios y el miedo se apoderó de todo mi ser y me dificultó el simple hecho de dar un paso tras otro. Estaba petrificada, así de simple: ese hombre del demonio podía hacer lo que le diera la gana conmigo y yo apenas podría defenderme.

Me siguió empujando por ese pasillo hasta que llegamos a otra puerta. Escuché a personas a lo lejos y cuando oí cómo alguien gritaba «¡Policía!» sentí renacer la esperanza. ¡Dios mío, me habían encontrado!

La luz me dio de lleno en los ojos cuando mi padre me empujó por esa puerta y salimos a un aparcamiento abandonado al aire libre. Lo que él no se esperaba era los por lo menos veinte policías que había allí controlando la zona y apuntando hacia nosotros. Mi padre me empujó contra su pecho y ejerció aún más presión con la pistola que ahora estaba en mi sien.

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora