Capítulo 7

2M 90.2K 118K
                                    

NOAH

Cuando abrí los ojos aquella mañana me sentía realmente mal. Por primera vez en mi vida me molestaba la luz. Me dolía la cabeza una barbaridad y me sentía muy extraña. Era raro de explicar, pero era consciente de cada movimiento, de cada sensación que estaba teniendo lugar dentro de mi organismo y era tan incómodo como molesto y perturbador. Sentía la garganta seca, como si no hubiera bebido ningún líquido en más de una semana.

Con dificultad me acerqué a mi baño y me observé en el espejo. ¡Dios mío, qué horror!
Entonces lo recordé.
Sentí cómo todo mi cuerpo temblaba de pies a cabeza.

Me miré en el espejo, tenía los ojos hinchados y el pelo revuelto recogido en una cola mal hecha. Me sorprendió porque no recordaba haberme recogido el pelo. Me quité el vestido, me lavé los dientes para no sentir aquel regusto amargo en la boca y me puse mi pantalón corto de pijama y mi camiseta agujereada preferida.

Los recuerdos se instalaban en mi mente como fotografías que se pasan demasiado rápido. Solo podía pensar en una cosa: la droga... me habían drogado, había ingerido drogas, había subido al coche de un desconocido, me había metido en una fiesta de matones... y todo por culpa de una sola persona.

Salí de la habitación dando un portazo y crucé el pasillo hasta la habitación de Nicholas.

Abrí sin molestarme en llamar y me encontré con una cueva de osos, si es que se la podía comparar con eso. Había una persona bajo la manta de aquella inmensa cama de color oscuro.

Me acerqué hasta ella y zarandeé al que dormía allí tan pancho como si nada hubiera pasado, como si no me hubiesen drogado por su culpa.

—Joder... —masculló él con voz pastosa sin abrir los ojos.

Observé su pelo revuelto que se camuflaba en las sábanas negras de raso y tiré con fuerza del edredón destapándolo por completo y sin importarme en absoluto.

Por lo menos no estaba desnudo, pero llevaba unos bóxers blancos que me dejaron un poco descolocada por unos instantes.

Dormía boca abajo, por lo que tuve una panorámica perfecta de su ancha espalda, sus largas piernas y todo hay que decirlo, de su espléndido trasero.

Me obligué a mí misma a centrarme en lo importante.

—¿Qué pasó anoche? —casi le grité mientras lo zarandeaba por el brazo para que se despertara.

Él gruñó, molesto, y me cogió la mano para que me detuviera, todo esto aún con los ojos cerrados.

De un movimiento me tiró sobre su cama.
Caí sentada junto a él e intenté soltarme, cosa que no me permitió. —Ni drogada te estás callada, joder... —repitió la expresión malsonante y, por fin, abrió los ojos para mirarme.

Dos iris azules se clavaron en mis ojos.

—¿Qué quieres? —me preguntó soltándome la muñeca e incorporándose en la cama.

Culpa mía © (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora