Epílogo

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Apreciada Alodia Bordeau,

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Apreciada Alodia Bordeau,

Espero aceptéis la bolsa con monedas que os envío con mi siervo. No lo toméis como una compensación por el mal que sin saberlo os causé, sino como una muestra de gratitud por tomaros el tiempo para responder mis preguntas respecto a la difunta Jehane. Entiendo si os enoja esta misiva, pues incluso llamaros Apreciada suena a un exceso de confianza. Es una formalidad, supongo que lo entendéis.

Hay muchas cosas que no quise contaros ayer mientras me ponías al día acerca del sentir de Jehane en sus últimos días. No lo sentí apropiado, y aunque tardío, mi arrepentimiento es genuino. Ahora Jehane se ha convertido en una muerta cuya memoria voy a respetar. Mi odio hacia ella se extinguió hace unos años, y ahora mismo ni siquiera estoy segura de haberla odiado de verdad. Alguna vez la quise como a una hija, y sé que ella me quiso también. Qué tiempos aquellos, y yo hasta ahora no puedo precisar en qué momento nuestro afecto se desvaneció.

Tal vez ni vos ni nadie crean en mis palabras de arrepentimiento, y eso puedo entenderlo. Yo ni siquiera estoy segura de ese sentimiento, es solo el nombre que he escogido darle a lo que siento.

Como os comenté ayer, nunca fue mi intención hacer que Jehane perdiera la cabeza con mi carta. No hay pruebas, puesto que ella la quemó. Pero soy sincera cuando digo que en ese mensaje le advertí que, en efecto, Esmael deseaba volver a secuestrarla y que lo mejor que podía hacer era esfumarse pronto. Aun así, sé que ella tenía buenos motivos para esperar lo peor de mí.

Y vos también. No tenéis idea de lo mucho que me entristece saber que vuestro marido os forzó y maltrató, porque os juro por la memoria de mi amado padre que nunca deseé algo como eso. Cuando le dije a vuestro padre que perdería el afecto de sus hijos no fui muy específica. Ese fue mi error, y ahora lo sé. Antes no, lo juro. Antes pensaba que una simple orden bastaba, pero ya entendí que usando el encantamiento de esa manera solo genero una gama de posibilidades trágicas.

No miento cuando digo que me aflige saber que causé un daño irreparable a una mujer, pues que yo misma sufrí abusos y maltratos durante mi vida humana. A veces, cuando intento descansar, recuerdo la vez en que unos proscritos abusaron de mi honra. Esa sensación horrenda de sentirse anulada, y no valer siquiera un poco bajo las manos de un hombre, no se la deseo a nadie. Entiendo que no querais que use mi encantamiento para aliviaros y haceros olvidar aquellos abusos. Pero si un día os arrepientes de esa decisión, solo tenéis que pedirlo. Yo puedo solucionar ese problema.

En lo que no puedo mentir es en que me place saber que Amaury sufrió. Es hasta triste que vos y vuestro hermano tuvieran que pasar tales tormentos no planificados, pero nada me quitará la sensación de triunfo de haberle devuelto a Amaury aunque sea un poco del daño que él me causó. Es contradictorio, pensaréis. Y tal vez lo sea.

Os habrán contado muchas cosas de mí, y la mayoría de ellas son ciertas. Pero no os contarán lo que fui. No os dirán que Amaury, en su egoísmo y capricho, accedió a ser la mano de obra del legado papal que provocó la cruzada contra los albigenses. Me llamarán rencorosa, pero no os contarán que estuve presente durante la masacre de Béziers. Que vi y escuché morir a mi gente. Masacre en la que participaron muy alegres hombres como vuestro abuelo Simón.

Los diarios de Jehane de CabaretOn viuen les histories. Descobreix ara