21.- El niño de las profecías

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—Jehane estuvo con nosotros por unos años

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—Jehane estuvo con nosotros por unos años. Llegó poco antes de que intentaran ejecutar a sus padres. La inquisición, ya sabes. Y la herejía albigense, terrible todo —empezó a explicar Nikkos. 

El auto de Jerome se había detenido cerca a la Rue Des Barres, y aunque ya había estado unas cuantas veces ahí, por primera vez se dio cuenta del parecido de ese lugar con las calles de Saissac, la villa que visitó con mamá para conocer la tumba de Guillaume.

—¿Y no les pasó nada? ¿No los llegaron a matar?

—Bueno, que eso te lo cuente la misma Jehane luego, que para eso no he venido.

—Pues yo necesito respuestas. —Nikkos arqueó una ceja, le pareció notar el brillo de la sorpresa en su mirada.

—Caes bien de a ratos, muchacho. Y eso que te noté muerto de miedo al inicio. Mírate ahora, exigiéndole cosas al inmortal.

Nikkos sonrió. Cogió su taza de café y dio un sorbo. Alain miró a un lado, hacia la transitada calle llena de turistas que reían y bromeaban, sin imaginar lo que estaba pasando allí. Que era un niño secuestrado por un tipo de más de tres mil años.

Luego de presentarse, Nikkos condujo en silencio hacia el centro. Alain no solía ir por ese lado, la verdad le molestaban mucho las multitudes, los turistas lo sacaban de quicio. El tráfico, los autos, los grupos. Solo había ido a Notre-Dame en dos ocasiones, una vez por excursión para el curso de historia de la escuela, la otra porque papá lo llevó. Así que, aunque no fuera el más interesado en arquitectura gótica, se quedó buen rato mirando aquella iglesia. Era eso, o mirar al tipo tenebroso de cientos de años que tenía al lado. 

Poco después de pasar Notre-Dame, Nikkos detuvo el auto y le pidió que bajara. Ni siquiera se le ocurrió escapar y correr, no tenía idea de lo que ese tipo quería hacerle, y sin duda no lo había llevado a una de las calles más populares de París para ejecutarlo en público.

Cuando llegaron a la Rue Des Barres, Nikkos le hizo una seña para que entrara al restaurante L'Ébouillanté. El primer piso estaba abarrotado, en el segundo no había ni un alma. Nikkos le explicó que lo había rentado todo para que pudieran hablar sin interrupciones. También le dijo que podía pedir lo que deseara de la carta, pero no sintió deseos de comer nada. Es más, hasta náuseas sentía. Fue ahí, en medio de un silencio casi sepulcral entre ellos, con el murmullo lejano de la transitada calle, que Nikkos le dio unas hojas recién traducidas de los diarios de Jehane.

—Tienes suerte, niño —le comentó—. Esas, tu querido tío Jerome no te las iba a dar por nada del mundo, es más, las había impreso y las metió en un sobre confidencial para el gran maestre, pero ahora tendrás la información completa auspiciada por mí, ¿qué te parece eso?

—¿Gracias? —Fue lo único que dijo, ni siquiera sabía si tenía que agradecerle aquella revelación. Esos últimos meses le habían enseñado que la vida fue mejor cuando no sabía nada de nada.

Los diarios de Jehane de CabaretWhere stories live. Discover now