30.- La ira de los dioses [Parte 2]

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1 de julio de 1242

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1 de julio de 1242

Casi no siento deseos de seguir escribiendo. Lo hago en secreto, porque en el castillo de Queribus nadie ve con buenos ojos esto. Los tiempos en que la orden instruía a mujeres murieron con mi madre, murieron hace mucho en realidad.

Cierto que ya no puedo escribir como antes, pero tampoco deseo hacerlo. Mi vida ya es bastante miserable. Limitada a ser una simple mujer sin títulos, sin hogar, sin nada que valga la pena. Parezcoun alma en pena que ronda el castillo, buscando una manera de aferrarse a esta vida. De resistir porque, aunque anhelo con todas mis fuerzas la muerte, sé que no es el momento. Aún no.

Lo intento, niño. Lo intento mucho. Pero odio mi vida, extraño mi pasado, incluso los tiempos tormentosos.

Solo el amor de Caleb me consuela. Viene de vez en cuando a visitar a su dama, o lo que queda de ella. Me he preguntado a menudo como puede seguir amándome. Cómo amar a un fantasma, a una sombra. A alguien que ya no quiere vivir.

Pero él me ama, y es todo lo que me queda. A lo único que quiero aferrarme para no caerme en ese abismo que me está llamando hace tiempo.


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5 setiembre de 1243

He sido tan tonta. Nadie se libra de la ira de los dioses, y sabía que ella no había terminado conmigo. Al contrario, esperó. ¿Eso es parte de su venganza tal vez? ¿Que solo lo tuviera a él para aferrarme? Seguro que sí. Seguro que esperó a que me sintiera segura de su amor, que pensara que él sería el único que se quedaría a mi lado hasta el fin de mis días.

Me equivoqué, pues todo ha cambiado. Una puede sentir cuando no la quieren en ningún lado, cuando la rechazan. Y cuando los trovadores dejaron de venir, cuando él empezó a apartarse poco a poco, supe que algo andaba mal.

Al principio pensé que Caleb estaba ocupado en Aragón, quizá visitando a su madre y hermano. Pero no, él estuvo siempre en su señorío y jamás quiso responder alguna de mis cartas rogándole su presencia. Bueno, sé que en el fondo quiso hacerlo. Pero no podía. Nadie deja de amar con fervor de un día para otro, y aunque una parte de mí pensara que no merecía su amor, sé que Caleb nunca lo vio de esa manera.

Empezó por ignorarme. Pronto en el castillo algunas empezaron a burlarse de mí. Decían que mi caballero me abandonó, y eso porque ya no soy una dama. Que soy una poca cosa, una chica cualquiera que solo se dedica a labores domésticas. Y tal vez sea cierto. ¿Por qué Caleb de Entenza querría tenerme como dama? Cualquier noble venida a menos tendría más rango que yo.

Así que cuando supe que él estaría en Lyon, insistí en ir a acompañar a quienes irían desde Queribus. Algo sabía de un concilio convocado por el rey Luis para tratar asuntos sobre un posible conflicto. Ni siquiera he puesto atención a la política en estos últimos años, no tengo ánimo de nada. Pero sí escuché que lo nombraron, pues él y otros hijos del fallecido conde Raimon de Foix van a presentarse.

Los diarios de Jehane de CabaretWhere stories live. Discover now