24.- El día de la verdad

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Mayo de 1236

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Mayo de 1236

No tengo claro que día es hoy, solo sé que estamos en París. Tan cerca y tan lejos de casa. El invierno ya pasó, pero eso no significa esperanza para nadie.

Me he enterado de que las cosas han estado terribles en el continente, en especial en el territorio franco y Provenza. No me refiero solo al asunto de la inquisición. No han tenido buenas cosechas, y mucha gente murió de hambre. Incluso los nobles de más baja categoría apenas tenían que llevarse a la boca. Tan horrenda ha sido la desesperación que la gente habla de proscritos y otras personas viviendo en los bosques, atacando a escondidas a los viajeros y comerciantes. Comiendo su carne como salvajes, devorándose entre ellos.

Llegué a pensar que eso era solo una exageración, pero los testimonios iban muy en serio, y los inmortales dicen que en realidad es algo que suele suceder. Bruna y yo nos miramos con terror, puede que ella ya no sea humana, pero esas cosas tan horrendas no le son familiares.

—Me recuerda a lo que pasó durante los primeros meses de la cruzada —comentó la inmortal hoy—. Mireille, mi primo Luc y yo escapábamos, nos ocultábamos. Pero sabíamos que había gente hambrienta en los bosques. Que no solo te robarían, sino que estaban listos para devorarte —agregó con cierto temor. Supongo que revivir aquellos momentos de su humanidad  la hacían temblar.

—El pueblo siempre tiene hambre —comenté yo. Al menos eso era lo que había escuchado desde pequeña.

—Es cierto —me dijo Nikkos—. Y es una de las cosas que más odio de estas tierras. El occidente siempre apesta. Todos apesta, todo está sucio. Y siempre tienen hambre. Es como si vivieran todos en total abandono y a nadie le importara.

—Al menos es así para el pueblo —comentó Actea—. Sobreviven como pueden, no me extraña que el hambre los empuje a ser caníbales. Algo hay que comer después de todo. Aunque si me preguntan, aquello resulta de lo más desagradable

—Es terrible —dije yo—, y no entiendo cómo pueden hacerlo.

—Por supuesto que no, querida —me dijo Nikkos con una sonrisa condescendiente—. ¿Cómo podrías entenderlo? Si tienes la suerte de pertenecer a una clase privilegiada, jamás te ha faltado ni te faltará nada. No conoces de frío ni de hambre, no sabes como la desesperación de los humanos puede rozar la locura hasta caer en ella.

—Espero no saberlo nunca —contesté en un murmullo. 

Tal vez vivo criticando, pero es que yo soy igual. Nunca he dirigido palabras a los comunes del pueblo más que para darles órdenes. No entiendo de privaciones, no sé nada de eso. ¿Y quién soy yo para juzgarlos?

—Ah, es increíble cómo se han degenerado las cosas en este lado del mundo —comentó Esmael con toda tranquilidad—. Cuando me encargué de que el cristianismo se hiciera la religión predominante sin dudas no pensé que escogerían ciertas partes de la doctrina para hacer sufrir a los demás. Estos humanos nefastos cogieron la parte que glorifica la pobreza y es lo que hacen. Tienen una clase de humanos que trabajan para ellos, y estos no son más que esclavos de los impuestos y el hambre. En fin, lo hecho pues hecho está. No puedo negar que algo así siempre fue parte de los planes.

Los diarios de Jehane de CabaretWhere stories live. Discover now