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Se sentía desesperado, como león enjaulado. No sabía qué ocurría. Lo único que percibía era calor intenso, hormigueo incesante, rareza. Todo eso después de leer un libro.

Creyó que con una ducha fría ese sentimiento se le quitaría, pero ni así. Y eso le frustraba a tal modo que lo irritaba.

Se acostó en su cama, mirando fijamente al techo, pensando en cosas que pudieran distraerlo.

¿Notaron que Elsa ya no se nos acerca?

Duh, porque le dijiste que no lo hiciera.

Pero yo quiero mimos.

Entonces vayamos a pedírselos.

Rodó los ojos. Otra vez de insoportables.

—Me crees ignorante y salvaje –en cuanto escuchó eso, se quedó quieto algo asustado–. Tú haz ido por el mundo, y viajado por doquier –pronto se dio cuenta que era Elsa, parecía estar cantando–. Mas no puedo entender, si hay tanto por saber, tendrías que aprender a escuchar –se acercó a la salida de su habitación, y asomó la cabeza hacia el pasillo–. Escuchar —notó que la voz provenía de la habitación de la castaña.

De puntillas, caminó hasta el último cuarto, echando un vistazo al interior de ésta; Elsa tarareaba el ritmo mientras doblaba su ropa y bailaba por todo el espacio.

Ella se giró y lo vio en la puerta, éste intentó esconderse pero fue en vano: no podía ocultarse por lo grande que era.

La ojiazul rió de ternura, dejó la ropa en la cama y se dirigió al castaño, quien la miraba con curiosidad. Tomó de su mano, y lo jaló hacia adentro.

—Te crees señor de todo territorio –y con el dedo índice tocó la nariz del muchacho, puso ojos bizcos cuando quiso ver lo que señalaba, la niñera rió alto–. La tierra solo quieres poseer, mas toda roca, planta o criatura; viva está, tiene alma, es un ser–lo sujetó de las dos manos con fuerza, después empezó a girar, animándolo así a también hacerlo, sus cabellos eran acariciados por el aire y cada tanto lograban tocarse, Hipo parecía contento–. Igual a ti crees que es todo el mundo. Y hablas como un gran conocedor, más sigue las pisadas de un extraño, y mil sorpresas hallarás alrededor —lo dejó caer con suavidad a la cama, mientras que ella se limpiaba el sudor de la frente con su blusa.

—¿Qué canción es esa? Jamás la había oído —preguntó Hipo, observando sus manos ligeramente marcadas por la presión que Elsa ejerció contra sus dedos.

—Pocahontas, muy bonita película. Luego te la enseño —y le revolvió el cabello con suavidad.

—Espera –alcanzó a tomarla de la mano, la ojiazul se detuvo extrañada–. ¿Tú...? –dudó muchísimo al momento de pronunciar palabra, pero luego de respirar profundo y decirse mentalmente que debía hacerlo, prosiguió–: ¿Tú... Me amas?

Elsa tragó saliva, observando al techo mientras buscaba qué decirle y que no pudiera malinterpretarlo.

—De la forma más realista y posible que puedo hacerlo –contestó poco después–. ¿Por qué?

Fue turno de Hipo para contestar.

—Es que... En un libro que leí, decía que cuando amabas a alguien, se lo demostrabas... —bajó la mirada, totalmente ruborizado.

—Por supuesto, cumpliendo con todas tus responsabilidades y también teniendo detalles con esa persona —luego de esa respuesta, ya no estaba tan seguro de si seguir con esa plática y olvidar ese...

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Onde histórias criam vida. Descubra agora