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La rubia cosía tranquilamente los pantalones del joven castaño, estaba sentada en la mesa junto a las ventanas mientras tarareaba una canción

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La rubia cosía tranquilamente los pantalones del joven castaño, estaba sentada en la mesa junto a las ventanas mientras tarareaba una canción.

Había notado, cuando lavaba la ropa, que Hiccup tenía ropa con grandes hoyos o con la bastilla colgando (en el caso de los pantalones). Y sintió el deber de componerlos, era cierto que no había la posibilidad de que saliera para comprar trajes nuevos y ropa cómoda, pero eso no impedía que pudiera estar presentable desde casa.

Ya le faltaban dos pantalones, cuando se vio interrumpida por el sujeto.

—Elsa... —susurró él.

—Me falta poquito para terminar –dijo, refiriéndose a las prendas–. Intenté una costura que vi en internet, espero que puedan resistir a tus movimientos entre paredes —rió, negando con la cabeza mientras seguía con la aguja y el hilo.

—No es sobre eso —la ojiazul alzó una ceja, curiosa.

—¿Entonces? —volteó a verlo, ladeando la cabeza cual cachorro que no entiende.

—He pensado en lo que me dijiste –susurró–. Y tienes razón. Creo que deberías ir.

Elsa se levantó con lentitud, sin apartar la vista del muchacho.

—¿Hablas en serio? —preguntó ella, asombrada.

Él asintió.

Un grito de alegría resonó por la mansión.

—¡Gracias! —y saltó a los brazos del ojiverde. Éste la atrapó con rapidez, y la apretó contra su cálido cuerpo.

No sabía por qué, pero su aroma le provocaba cientos de espasmos.

Rompieron el abrazo, y rápidamente Elsa subió las escaleras. El castaño la siguió de cerca, para poder oír todas las palabras que decía.

—¡Necesitaremos dinero, mucho dinero! Por suerte guardé la mayoría de mis salarios, de algo servirán ahora que podré pedir el mandado —balbuceaba, revisando cada cajón de sus muebles.

—No...–ella se detuvo en seco, rezando porque no se haya arrepentido–... Lo mejor sería que fueras a una tienda grande, un supermercado —sintió un gran alivio al escuchar la otra mitad de la frase. Temía que el hombre se echara para atrás y no la dejara marcharse.

—Tienes razón, así podré elegir las mejores marcas, hasta podría comprarte ropa porque la necesitas —aquello último lo dijo en un susurro.

El joven se limitó a ver a la niñera a alistarse para salir, colocándose maquillaje para que no la reconocieran y vistiendo con ropajes holgados, mientras sentía que su corazón se estrujaba con cada segundo que pasaba.

Y es que el hombre y el niño sabían que ella regresaría, pero no estaba seguro de que el adolescente lo supiera.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora