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Había una lluvia torrencial allá afuera

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Había una lluvia torrencial allá afuera. Con truenos y relámpagos. A Elsa no le molestaba en absoluto aquello, pero lo que sí le asustaba es que la electricidad se cortara gracias a ello. Caso contrario al castaño, que muy tranquilo se hallaba leyendo en la biblioteca, ignorando los ruidos del exterior. Seguramente acostumbrado a vivir así.

—No dormiré nada si sigue como está —gruñó la rubia, sacudiendo su cama para quitar el polvo que se alojaba ahí.

Ya estaba por echarse, pero las ganas de orinar le tentaban a moverse hacia el baño.

Dando brinquitos, Elsa se susurró a sí misma: —Bah, será rápido —y con velocidad salió de su habitación.

Entró al baño, cerró la puerta y se entregó a sus necesidades fisiológicas.

—Shine. Step into the light, so bright sometimes, I'm not ever going back –cantaba, mientras miraba cómo los deditos de sus pies se movían con gracia–. Step into the light, so bright sometimes —ya estaba lista para salir de ahí.

Pero un sonido estruendoso y fuerte golpeó cada centímetro de la mansión, y apagó las luces. Dejándolos a merced de la oscuridad.

La ojiazul no pudo evitar soltar un grito del susto.

—Mierda —dijo, usando sus manos para descubrir en dónde estaba cada cosa.

Llegó a la perilla de la puerta, pero ésta, por alguna razón, no quería ceder.

—Ábrete —pidió, jalando con fuerza la puerta.

Pero no giraba.

—Ah... Hipo –habló, en bajito. Sinceramente porque creyó que sus manos torpes eran las que no lograban abrir la perilla, pero al darse cuenta que no era ella, sino la puerta en sí, comenzó a entrar en pánico–. ¡Hipo! —golpeó la puerta con sus manos hechas puño.

El joven se vio interrumpido por incómodos e incesantes golpeteos en las paredes, o eso pensó al principio. Pero cuando oyó a alguien llorando, se levantó del sofá, y se puso alerta. Conocía a la perfección su hogar, así que no le fue difícil saber de dónde provenían.

—¡Hipo! ¡Hipo! ¡Ayúdame, por favor! —gritó Elsa, sin poder ver sus manos siquiera por la espesura de la oscuridad.

—¿En dónde estás? —le preguntó el castaño, asegurándose de que su intuición era correcta.

—¡En el baño! ¡No puedo salir! Todo está muy oscuro —las lágrimas ya se asomaban en aquellos orbes azules.

Estaba tan nerviosa, que empezó a sentir cómo algo le acariciaba las piernas.

—¡Hay algo aquí Hipo! ¡Sácame por favor! —pateaba y golpeaba la madera con más fuerza.

—Necesito que te tranquilices, Elsa.

—¡Algo está tocándome! ¡Ábreme por favor! —su llanto lograba penetrar el alma del sujeto, que buscaba la forma de abrir sin destrozar la maldita puerta.

De pronto recordó en dónde estaban las llaves, y corriendo fue a buscarlas.

—Por favor... —suplicaba Elsa, rascándose las mejillas con desesperación. Seguro lo lamentaría después.

Oyó un ligero click, y finalmente la puerta cedió. El color le regresó a la piel de la joven asustada.
Se lanzó hacia su salvador, sujetándose bien del cuello de éste, poniéndose de puntillas para poder alcanzarlo.

—¡Algo estaba tocándome los pies! ¡Hay algo ahí! ¡Ahí está acechándonos! —balbuceaba sin parar, refugiando su rostro en la mandíbula del hombre.

—Todo estará bien ahora, ya estás a salvo —siseaba Hiccup, abrazando a su niñera con delicadeza. Paseaba sus manos por toda la espalda de la señorita, intentando otorgarle seguridad.

—No quiero quedarme sola, no puedo ver nada... ¿Y-y si esa cosa vuelve? —ahí pudo percatarse que Elsa era alguien muy susceptible al miedo, que lograba dominarla y dejarla vulnerable ante el peligro.

—No hay nada en el baño, fue tu imaginación y tus nervios jugándote una mala broma —le dijo, acariciando su cabello.

Luego de un largo rato, su respiración se controló, volviéndose lenta con cada minuto que pasaba, por lo que dedujo que ya se encontraba estable.

—A tu habitación —apoyó la espalda de la joven en su brazo izquierdo, y con el derecho, levantó sus piernas.

—¿Tú me estás dándome órdenes a mí? —bramó la ojiazul.

—Por esta noche, sí.

Giraron a la izquierda, y después de unos diez pasos, llegaron a la cama de Elsa.

—Abrígate bien, yo estaré abajo.

—¿Con éste apagón? ¿No te da miedo lo que te puedas encontrar allá? —preguntó la muchacha, buscando desde dónde empezaba la cobija.

—Lo único que da miedo de esta casa soy yo, Elsa —su voz sonó tan ronca, inexpresiva e inclusive, burlona, que le provocó un mar de escalofríos por todo el cuerpo.

—Hipo... –susurró ella, el joven permaneció callado–. Gracias...

—De nada, descansa —acto seguido, cerró la puerta.

Dejó salir un suspiro, que no sabía que contenía.

Un aroma extraño se coló en sus fosas nasales, una mezcla entre humedad, libros y el shampoo. El olor de Hipo. Que de cierta forma, lograba tranquilizarla, sólo por esa noche.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Where stories live. Discover now