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Un grito lo sacó de sus pensamientos

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Un grito lo sacó de sus pensamientos.

Dos segundos después ya estaba corriendo escaleras arriba, guiado por su instinto.

—¡Una rata! —gritaba Elsa, arriba de la mesa de juegos.

—¿Ah? —Hipo no procesaba bien lo que pasaba.

—¡Hay una rata, ahí! —y apuntó a una esquina.

El castaño se acercó a donde le señalaba la rubia, y frunció el ceño.

—Eso no es una rata, Elsa —pronunció, con un toque de burla y fastidio.

—¡Qué importa, sácala de aquí! —exigió.

—Es un pequeño ratón –se puso de rodillas, y poco a poco fue extendiendo sus manos, hasta que, en un movimiento ágil, atrapa al animal–. Muy muy pequeño ratón, mira, tiene una nariz rosada como la tuya —se atrevió a decir.

—¡¿Cómo puedes compararme con una rata?! Niño grosero —dijo, totalmente indignada se cruzó de brazos.

—Que es un ratón —repitió. Se puso de pie, y caminó al billar, donde la ojiazul lo observaba todo.

—¡Ah no! ¡Ni se te ocurra! —advirtió, viendo las intenciones que tenía en sus ojos.

—Ándale, míralo aunque sea tantito —para poder convencerla, usó su voz de niño.

—Tu truco no funcionará conmigo. Y si no quieres que me enoje contigo más vale que lo saques ya —ordenó, autoritaria.

Si algo había aprendido al estar conviviendo con ese sujeto, es que las reglas tenían un control sobre él. Y el hablarle fuerte y claro era una ventaja extra que usaba a su favor para ocasiones que lo exigieran.

—Está bien —susurró Hipo, y salió de la habitación.

Se fue a la puerta trasera de la mansión y caminó unos segundos cuesta abajo.
Vio un árbol de mediano tamaño, y decidió que ahí sería un buen lugar para liberarlo.

—Adiós —dijo, y lo dejó treparse al tronco.

De regreso a la casona, se topó unas lindas ramas de bugambilia, donde sus pequeñas flores ya estaban a todo su esplendor.
Las cortó con cuidado, y se adentró de vuelta a la casa.

—Ratas —tartamudeó Elsa, y tembló un poco. El sólo recordar al roedor caminando entre sus piernas le provocó asco.

Se lavó con mucho jabón las manos y sus piernas descubiertas.

—Fue un mal día para usar short —y secó con fuerza.

Cuando tomó compostura, su rostro chocó con muchas hojas verdes. Se coló un poco de polvo a sus fosas nasales, y estornudó.

—Ay, disculpa —dijo ella, y se limpió la nariz.

—Estornudas como pequeño ratoncito —Hipo volvió a compararla con el animal, y ésta gruñó.

—No me gustan tus comentarios.

—Son para ti —cambió de tema, y le tendió las flores.

Elsa le miró, con los ojos entrecerrados.

¿Qué es lo que querrá? Pensó, con mucha desconfianza.

Sí. Él a veces le llevaba bocadillos hasta la cama cuando ella se molestaba con él. Y sí. También le regalaba cosas como dibujos y poemas. Pero las flores eran algo nuevo.

—¿Qué lo amerita? —preguntó ella, alzando una ceja.

—Que son azules como tus ojos —respondió el otro, encogiéndose de hombros.

—Bien, muchas gracias –llenó un vaso de vidrio con agua, y las acomodó ahí–. Espero no se sequen tan pronto por el cloro —susurró, mas para ella que para Hiccup.

Ya estaba por marcharse de ahí, pero sujetaron de sus caderas, y la apegaron más a un cuerpo cálido y sudoroso.

—¿Q-qué haces? —preguntó Elsa, escuchando los latidos de su corazón golpeando tras las orejas.

—Veo tus ojos —el rostro de porcelana se iba acercando con cada segundo que pasaba.

—Puedes verlos de lejos, suéltame —se retorció, queriéndose escapar. Lo que logró más fuerza aplicada en su cuerpo y menos flexibilidad.

—Pero de cerca son más bonitos que de lejos.

Ella no estaba preparada para esto. Pero no había escapatoria. Y si intentaba luchar, podría lastimarse y peor aún, que fuera en vano.

¡Piensa! Gritaba la voz en su cabeza.

Cuando sus labios estaban por rozar la porcelana, habló: —Quítate la máscara.

El sujeto se detuvo. Dejándole en claro a la joven que su plan estaba funcionando.

—No voy a besarte con la máscara puesta —notó que él se alejaba.

La idea no le gustaba. No cedería por nada.

Ya se encontraba sola, en la cocina, con el estómago atrás de la garganta.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Where stories live. Discover now