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—¡Hipo! —gritó Elsa, sobándose las sienes fastidiada

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—¡Hipo! —gritó Elsa, sobándose las sienes fastidiada.

Al sentir su mirada clavada en la espalda, prosiguió a decir: —No me molesta que juegues, lo que sí te voy a pedir es que levantes lo que usaste, y lo pongas en su lugar. No puedes dejarlo todo por ahí –y acentuó sus palabras señalando los pequeños autos de metal tirados en el suelo–, tiene que haber un orden. No puedo estar limpiando todo el tiempo, necesito mi espacio también —se sentó en la cama, rascándose sus mejillas.

—¿Por qué haces eso? —dijo el otro de repente.

—¿Ah? —gimió, confundida.

—¿Por qué te rascas? —y señaló a su cachete.

La ojiazul se dio cuenta de lo que hacía, y poco a poco dejó de hacerlo, hasta terminar con las manos bajo sus piernas, en un intento por controlar sus acciones. Observó al muchacho, y suspiró: —Normalmente lo hago cuando estoy nerviosa, asustada o estresada. Es una maña que agarré cuando... —se calló, pues no sabía si era correcto mencionarlo.

El castaño se acercó con lentitud, hasta llegar y sentarse a un lado de ella: —Cuando... —le pidió seguir.

—...Vivía con Hans —terminó la rubia, agachando la cabeza.

Él podía comprender lo difícil que pudo ser para ella tener una vida así. Y más cuando ese imbécil llegó a la mansión sin siquiera avisar. Hipo, estando en el lugar de Elsa, lo habría matado desde hace mucho.

Pero ella era diferente a él, a todo lo que conocía.

—Mi hermana me ayudaba mucho cuando veía que me ponía así. Me compraba libros para colorear, o mandalas, así liberaba mi estrés —sonrió, sin dejar de ver el suelo. Recordarla le hacía bien. Y más cuando sabía que la única forma de verla, sería en sus recuerdos.

El castaño miró sus manos, y preguntó: —¿La de la foto?

Elsa bufó, con una risa nada risueña: —Sí, la que está en la foto —gruñó en bajito, le molestaba que el sujeto ese se haya tomado la libertad de buscar entre sus cosas y observar lo que antes era su vida.

—¿Y el rubio quién es?

—Kristoff, el esposo de Anna.

—¿Y la niñita es su hija?

—Bianca. Sí, es de ellos. Es muy empalagosa y berrinchuda, igual a su madre –rió, negando con la cabeza–. De tal palo, tal astilla.

Hiccup sonrió, claro que ella no pudo apreciarlo.

—Qué bonita familia tienes.

—Tenía –corrigió, levantándose de la cama. El ojiverde frunció el ceño–. Ahora no. Recoge tus juguetes, estaré haciendo la cena —tuvo cuidado de no tropezar con lo que estaba regado en el piso, y salió de ahí.

Hιρσ: Eʅ Nιñσ II Where stories live. Discover now