Proverbios 3: 12

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Proverbios 3

12 porque Jehová corrige al que ama, como el padre al hijo a quien quiere.

Efímeros. A veces entre más eternos queremos ser para alguien, más fugaces nos volvemos. Creía en cosas como el destino y el amor a primera vista, que una vez que encontraras a la persona indicada, eso era todo.  Pero la verdad es que, si te pasas la vida buscando la perfección acabas con nada.

La soledad siempre la busca y la encuentra.

La soledad siempre la busca, y la encuentra. A veces, la espera en una esquina, o espera en la oscuridad de su habitación. A veces va y la trae de vuelta a la realidad. Otras veces amanece conmigo y me acompaña a trabajar. La soledad siempre la busca, ella va y la abraza diciéndole suavemente que ella es lo único que tiene. Siempre la convence y se regresa a su rincón tomando la mano de ella. No hay un lugar en el que pueda esconderse y ella no la encuentre, ella siempre está ahí vigilándola, siguiendo sus pasos para luego arrastrarla hacia sí. la mira y le dice ven a mi, no le importa dónde y con quién esté, siempre halla la manera de convencerla. Cada noche ella la acompaña, y se queda callada, pero le mira con tal intensidad para que sepa que está ahí, que cuento con ella, que aunque conozca a miles de personas ella es lo único que queda. La soledad siempre la busca, y la encuentra, siempre le habla y la abraza, ella está aquí.

Solo quería que la eligiera. Que a pesar de cielo, mar y tierra decidiera estar con ella. Pero eso era demasiado pedir para alguien que no sabía lo que quería. Y que si había algo que sí, no era ella.

Hasta que tocó fondo. Y comprendió que nadie iba a sacarla de ahí. Nadie iba a salvarla. Tenía que aprender sola a escapar de todo aquello.

Y así fue, nadie la salvó. Nada lo conseguía. NADA. No funcionaba. Y el dolor evolucionaba.

Después de tanto correr, de alejarse intentó aferrarse a algo. A lo que fuera que lograra calmar el dolor que sentía y llenar el vacío que había dejado.

Cayó la noche y caminaba por la ciudad, no tenía miedo pero sabía a donde ir. Su deseo, su anhelo más grande era regresar al convento, donde se sentía feliz y segura, amada por sobre todo. Vio el edificio y se echo sobre un banquito que estaba en el jardín delantero y sus brazos se apoyaron en el asiento haciendo un hueco para que pusiera su rostro mojado por las lagrimas que había llorado en el camino.

Lo único que sabia es que tenia algo pendiente que llorar, sufrir y borrar. Se le baja el autoestima de sólo pensar en la idea de lo que un día fueron, porque lo que pasó entre ellos fue tiempo. El maldito tiempo que pasó a su ritmo sin remediar que no todos podemos bailar sus canciones. Que no todos sabemos sus coreografías. Que unos tenemos dos pies izquierdos.

Es triste pensar que venimos arrastrando esta soledad desde aquel agosto, donde rompieron y nunca nadie volvió a saber cómo van nuestras piezas. Y es que no es que no sepan, es que han dejado sus partes regadas en todas aquellas personas donde se abandonaron: en vida, orgasmos y suspiros. Es por eso que es tan inestable: cuando alguien da unos pasos hacia nosotros, no sabemos hacer otra cosa que no sea huir. Nos pasamos nuestra adolescencia corriendo de los fantasmas que aún nos cantan canciones de cuna antes de dormir y que aún arañan las paredes de nuestra habitación. 

La verdad es que no lo ha olvidado. No sabe si quiera hacerlo. Repasa su rostro, pues su recuerdo es lo único que le queda. Su patria se encuentra en tinieblas desde que no está. Sus obligaciones con el son los cabos sueltos del olvido. Y considera que su ausencia es quisquillosa, pues le gusta aparecerse sólo en las horas más intimas. Quisiera que el mundo se detuviera a arreglar la negligencia de su partida, pero siendo honesta, sería infantil y absurdo porque la vida y el amor es infinito aun cuando haya cabos sueltos en la espera del olvido.

"El Pecado" Helsa (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora