Parte 28: Un querer que se convierte en amor

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Felipe y Marianna daban rienda suelta a lo que sentían y deseaban,sin querer pero deseando sentirse el uno al otro, sin miedo. Al tenerla desnuda de cintura para arriba, cayó con ella en una cama al estilo japonés que había en esa sala. Se suspendió sobre ella, y le dijo:

–Si no estás segura de esto, puedo detenerme. No quiero hacerte daño.

–No te detengas, mi sol. Quiero estar contigo, sé que estaremos bien. Bésame, mucho. Y como si no hubiera un mañana.

La besó, mientras desabrochaba la falda que ella llevaba puesta, y luego acariciaba ese lugar recóndito. Ella reprimió un grito, y él la miró a los ojos, diciendo:

–Mía. Definitiva y absolutamente...

La besó de nuevo, y luego se despojó de las prendas que le restaban. Marianna lo acariciaba, tímidamente, ya que era su primera vez. Cuando llegó a su erección, él la guió, y ella dijo:

–Mío, porque lo deseas y así lo quiero.

Felipe, después de haberse colocado un preservativo, le dijo:

–Sin arrepentimiento...

–Sin dudas... Hazme saber que soy tuya, sin miedo. -Al escuchar esto, él la besó, mientras iba entrando en su interior. Al encontrar esa barrera, ella gimió, mientras él terminaba de entrar. Se quedó quieto por un momento, para que ella se acostumbrara a su tamaño, y luego comenzó a moverse despacio. Ella lo besaba en el cuello y el hombro, y él hundió su nariz en su cuello también, mientras decía:

–Eres perfecta, mi niña. Hueles a flores, mi amor. Y eres mi vida.

En respuesta a sus movimientos, ella comenzó a moverse al compás de él, instintivamente. Y él la besó, mientras entrelazaba una de sus manos con la de ella, y en respuesta ella le arañaba la espalda suavemente. Dijo:

–Te quiero, Felipe. Más de lo que imaginas...

–Es más que un querer, Marianna. Te amo... Suena loco, pero esto no es sólo deseo. Me enamoré de ti.

Los movimientos aumentaron, y ella pidió más, porque ya estaba a punto de caramelo líquido. Su grito final retumbó en esa habitación, al mismo tiempo que la liberación de Felipe. La besó de nuevo, y se recostó en la cama, abrazándola luego de deshacerse del preservativo.

–Mi niña... No me arrepiento de este momento. Te sentí mía.

–Yo tampoco me arrepiento. Sé que eres el mejor amigo de mi papá, y que aún estás casado con mi mamá, pero esto iba a pasar tarde o temprano.

–Marianna Johnson, quiero que sepas que te amo. Lo digo muy en serio, me enamoré de ti.

Se besaron de nuevo, y ella se quedó dormida en sus brazos. La arropó, y se levantó un momento. Al mirar su teléfono, vio que tenía diez llamadas perdidas por parte de Nathalie. Le respondió, diciendo:

–No pienses que me voy a echar para atrás en mi decisión, Carrillo.

–Amor, no me hagas esto. Tenemos once años juntos. Por favor.

–La decisión está tomada, mujer. Nos vemos en los Tribunales, lleva a tu abogado. Y espero que firmes la solicitud, porque ya no hay nada que hacer.

Colgó, y regresó a la sala de entretenimiento, para acostarse al lado de Marianna. Ella, instintivamente, lo abrazó, y se quedó dormido con ella en brazos.

Tres horas después, Felipe despertó, y la levantó a besos, mientras sus manos recorrían su cuerpo. La abrazó de nuevo, y le dijo:

–Te amo, mi niña. En este momento soy el hombre más feliz del mundo.

–Y yo a ti, mi caballero andante. Te amo... Si esto es amor, pues bienvenido sea. Sólo me preocupa lo que dirá mi padre, pero sé que al final me apoyará.

–Tu madre insiste en salvar lo insalvable. Yo no quiero seguir casado con una de que tiene una obsesión enfermiza por alguien que no la amó jamás.

–Mi abuela dice que yo soy lo único bueno que pasó en ese matrimonio. Y creo que no se equivocó al decirlo. Nunca entenderé a mi mamá. Y el cómo me estoy enamorando de ti, no lo sé aún, pero lo descubriré.

Felipe se subió sobre ella, y la besó tan intensamente que no necesitaba más estímulos para ponerse duro como una roca. Marianna sentía su erección palpitante sobre su vientre, y lo mantenía pegado a ella, hasta que él le abrió las piernas nuevamente y se hundió en ella, haciendo que alcanzara de nuevo la cumbre del placer. Ella tenía los talones sobre las nalgas de Felipe, y le acariciaba la espalda suavemente mientras él empujaba y la volvía loca por él. Y, aprendía instintivamente cómo darle el mismo placer que ella sentía.

Ambos terminaron saciados, y descubriendo que esa electricidad era amor. Esa noche se amaron como nunca. Y al amanecer, volvieron a amarse. La diferencia de edad no había sido impedimento.

Dos horas después, él se despidió de ella cerca de su casa, y Marianna entró a cambiarse, ya que debía ir a la universidad. Mientras iba en camino, llamó a Arantxa, y le dijo:

–Ari, ¿puedo pasar después de clases por tu oficina?

–Claro que sí, nena. Sabes que acá eres bienvenida cuando quieras. Te espero. ¿A qué hora sales?

–Al mediodía, Ari. Podemos almorzar juntas, yo tengo mi almuerzo acá.

–Vale, nos vemos acá en la Fundación.

Luego de sus clases, a las cuales casi no le prestó atención, Marianna fue a la oficina de Arantxa, y almorzó con ella, para luego decirle:

–Ari, creo que me enamoré.

–Bueno, Marianna... ¿Cómo sabes que es amor?

–Porque sus abrazos son magia pura, son electricidad. Pero...

–¿Cuál es el pero, hija?

–Ari, es que él es mayor que yo por 20 años. Ya es todo un adulto, mientras que yo soy muy joven aún.

–Puedo adivinar de quién se trata, hija. Él es un buen hombre. Pero, debes tener cuidado. Recuerda que es quien te ha criado desde que tenías ocho años. ¿Cómo sabes que lo amas?

–Ari, hace dos días fui a su oficina, ya que como me fui de mi casa y ahorita estoy viviendo con la abuela Celia, por la discusión que tuve con mi mamá, y él tomó la decisión de divorciarse de ella porque su obsesión por mi padre la tiene mal, pues fui a verlo y explicar las razones de mi decisión.

–Ajá, Marianna. ¿Pasó algo fuera de lo común entre ustedes ese día?

–No. Sólo nos abrazamos, pero sentí algo inexplicable.

–Ay, mi niña. Eso, definitivamente es amor. Pero debes tener cuidado. Recuerda que él aún está casado con tu mamá, y tú eres la hija de su mejor amigo. ¿Pasó algo más después?

–Pues... Ari... -dijo Marianna, dubitativa, pero deseando contarle eso a Arantxa porque sabía que ella era leal y sabría entenderla-. Sí. Ayer fui a mi casa, y mi mamá me llamó traidora, me insultó, y discutí muy feo con ella. Salí corriendo de ahí, y por instinto terminé en casa de Felipe.

–Sé cuál es el edificio, Ari. Mi papá tiene un apartamento allí, el inquilino se va del país, y puedo ofrecerte ese apartamento para que vivas allí, de forma independiente, mientras peleas por el tuyo que te dejó tu papá cuando se divorció de Nathalie.

–Bueno, Ari, acepto. No porque Felipe viva ahí en ese edificio, sino porque no quiero incomodar a mi abuela. Y, como te decía...

La PeregrinaOnde histórias criam vida. Descubra agora