Capítulo 5 - Je n'ai jamais

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5 | Je n'ai jamais

Viernes, 5 de junio

Olivia Audevard

Tardo poco en acostumbrarme a la vida aquí, en crear mi horario más bien. No poder dormir me tiene junto a la ventana temprano, veo amanecer y encuentro la hora en la que las calles empieza a llenarse de vida. Eso quiere decir que tengo la hora perfecta para salir a correr sin tener que preocuparme de ir mirando sobre mi hombro de forma contínua. Antes de venir diseñé esa ruta con Ramírez, fue una de tantas excusas que he puesto para pasar tiempo con él, para pedir su consejo y disfrutar de esa figura paterna que veo en su persona. Son cerca de cuatro millas, poco más de media hora si lo hago con calma y algo con lo que poder empezar a conocer mis alrededores. Del piso hasta el Arco del Triunfo y luego volver.

El viernes vuelvo de clases antes del mediodía. Todavía no conozco bien mis horarios pero los organizadores del curso tienen una plataforma en la que puedo descargarlo. Ahora mis clases salen en el calendario de mi móvil y, teniendo en cuenta el poco orden que siguen, ese calendario descargable es un alivio.

Al volver tengo aún mi tarjeta de identificación del curso en la mano. No he sido capaz de dejarla ir al igual que me cuesta dejar de mirar la foto de mi Navigo. La foto es la misma, la de esa chica risueña que otros ven al mirarme. Es la chica a la que veo en el espejo y que no termino conseguir de unir conmigo.

Ver ahí un nombre que tampoco me pertenece es demoledor.

La guardo al volver en el piso. Cae dentro de mi bolso junto a mi tablet, cartera, y la carpeta que me dieron cuando me presenté en el rascacielos de La Défense este miércoles. Recuerdo lo sorprendida que me quedé a verlo. Google y su información sobre una de las zonas empresariales de las afueras de París no consiguió prepararme para lo que vi. Los rascacielos, el arco, una plaza que parecía infinita, y edificios con formas tan diferentes que su arquitectura distaba de todo lo que había visto en la ciudad hasta el momento. Me cuesta creer que, durante las próximas doce semanas, yo estaré estudiando en uno de esos edificios, en la planta veintiuno de uno de tantos rascacielos con ventanales que dejan París a tus pies.

Ansel está en la entrada cuando abro, se está cepillando los dientes mientras se pasea y me dice algo con el cepillo en la boca al verme. Al sacarlo sus palabras ni siquiera son del todo claras, pero dice algo similar a:

—Espera, no cierres.

Tengo las llaves todavía en la cerradura cuando lo dice. Espero, sin entender, mientras él desaparece de nuevo. Oigo un grifo y sale de uno de los baños como nuevo.

—Acompáñame, voy a por las botellas para esta noche —avisa.

—¿Botellas para qué?

—Duplex —da como explicación.

Cierto.

La despedida de Kamun.

—Vienes, ¿no? —pregunta al notar mi sorpresa.

—Ahm. —¿Cómo he podido olvidarme cuando Kamun literalmente me lo ha recordado cada vez que nos hemos cruzado por el piso estos últimos dos días?—. Sí. Yo... Claro.

—Genial, vamos a por las botellas entonces.

Ansel sale del piso con pantalones cortos, una camisa a medio abrochar y...

No puedo contener la sonrisa.

—Las zapatillas —aviso.

—¿Qué...? —Baja la mirada para dar con que está descalzo—. Putain! —Se mete al piso para volver con sandalias tres minutos después—. Ahora sí, vámonos.

La promesa de AsherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora