Capítulo 29 - Antecedentes

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29 | Antecedentes

Olivia Audevard

Sábado, 4 de julio

Salgo a correr temprano.

Entre semana, las calles se llenan de vida a primera hora. El turismo se mezcla con la vida cotidiana de los parisinos y las zonas céntricas están a rebosar antes de las ocho de la mañana. Primero se llenan las calles, restaurantes y estaciones. Poco después los museos, jardines y monumentos. Los sábados son más tranquilos en comparación, quizás no en todas las zonas, pero por nuestro distrito puedo moverme más fácilmente un sábado a mediodía que un miércoles a última hora de la tarde. Sobre todo los días soleados. En ellos las calles son más tranquilas, tanto que puedo visitar las tiendas de souvenirs cercanas al Louvre sin tener que apartarme para dejar pasar a alguien cada dos segundos.

Aun así, hay tramos con los que tener más cuidado, como el estrecho paseo que hay entre la Plaza de la Concordia y el Arco del Triunfo que recorro la mayoría de las mañanas. Por eso, antes de las nueve de la mañana, ya estoy cambiada y saliendo del piso.

El tramo de ida es tranquilo y las luces de los coches no me ciegan al correr tan cerca de la carretera. Por una vez, ha amanecido por completo antes de que pise la calle. Tampoco hay demasiados coches, la ancha carretera a mi izquierda es bastante solitaria, al igual que el paseo junto a los Jardines de los Campos Elíseos de mi derecha. Una zona verde separada del paseo por vallas grises, pequeños arbustos y disimulado tras puestos de comida ambulantes.

Estoy haciendo el camino de vuelta cuando levanto la mirada hacia el Grand Palais. Lo veo cada mañana, pero apenas le doy una mirada antes de volver la vista al frente por precaución, ahora me permito un momento para saborear su belleza. Admiro la forma en la que su estructura se envuelve en los colores arenosos tan comunes en los edificios de París. Las nubes han oscurecido un poco su tono y el viento agita con fuerza la bandera francesa sobre su cumbre.

La entrada es tan imponente como la primera vez que la vi, tan alta que cubre todos sus pisos y ladeada por columnas con curiosas esculturas sobre ellas. Un detalle que suele estar bastante presente en muchos de los monumentos de este distrito. El vidrio de su bóveda refleja los pocos rayos de sol que se deslizan entre las nubes y cambia su posición con cada uno de mis pasos hasta que lo pierdo de vista.

Bajo la música y sigo corriendo.

Corro hasta llegar a la Plaza de la Concordia y, como todas las veces, paro ahí. Por desgracia, esta vez hay más personas en la plaza, mirando y fotografiando la fuente o el Obelisco de Luxor del que mi padre le habló a mi madre en su día. Siempre paro aquí porque me suelo hacer una misma pregunta: "¿Qué vio mi padre que le cautivó tanto?".

Porque todo lo que tengo de él es poco, su carácter está basado en lo poco que recuerdo y los escasos detalles que mi madre me contó. Su vida está tras unas puertas que sellaron así que, todo lo que tengo ahora, todo lo que siento que me acerca a él, es este obelisco. Es una tontería, pero quedarme aquí de pie, mirándolo tratando de descifrar la historia de sus grabados egipcios, me hace sentir más cerca de mi padre.

Me quedo de pie donde él estuvo, miro lo que él vio, y trato de encontrar la razón por la que le cautivó. A veces, si me dejo llevar lo suficiente, llego a creer, por un instante, que mi padre está detrás. Que espera en silencio a que yo termine de sacar la historia del obelisco para acercarse y contarme cuál es la real.

Sin el hogar en el que vive su recuerdo a mano, este es el único lugar que puedo unir con él. Esta plaza, este monumento, y, aunque sé que no fue algo tan importante para mi padre como para ser parte de su persona, es todo lo que tengo.

La promesa de AsherWhere stories live. Discover now