Deshacerse de Constance no sería cosa sencilla. Primero, la muerte de una bruja tan conocida e importante tenía que ser muy discreta. Porque si alguien llegaba siquiera a verlo acecharla él acabaría acorralado por varias mentalistas y no la pasaría nada bien. Tenía que esperar que esté en verdad sola, y confiar en que ella no lo ataque. Sabía que Constance seguía guardando debilidad por él, esa era la razón por la que quería dañar a Aurea. Siendo así, ¿sería capaz de hacerle daño por despecho? ¿O lo escucharía al menos? Había que ser muy cauteloso.

Pero ya que la bruja quería hacerle daño a Aurea, obviamente no se iba a poner a hacer magia al lado de las inocentes brujas que hacían rituales a la luna con toda la bondad del mundo. Tenía que apartarse, esconderse, procurar que nadie la viera. Eso sería perfecto para él, pues ella misma buscaría el lugar ideal para su muerte.

La noche había llegado y la luna brillaba en todo su esplendor. Ethel la observaba a más de cinco metros de distancia, y a pesar de eso podía percibir cada cosa que hacía. Constance se había internado en el bosque, más allá del lago. Luego entró a una gruta, desde esa distancia Ethel la vio encender unas velas. Ella estaba armando un altar, él prestaba atención a cada uno de sus movimientos.

Ethel se creía capaz de percibir las sensaciones de los demás con solo poner atención a la respiración, a los latidos del corazón, al sudor. Por eso sabía que Constance tenía miedo. Algo que no entendió. ¿No debería estar eufórica porque iba a salirse con la suya?

Sin embargo, ese no fue el único sonido que llamó su atención. Se acercaba sigiloso, mas no al acecho. No percibió peligro, pero tampoco le agradó su repentina llegada. Ethelbert frunció el ceño mientras lo escuchaba moverse despacio, pisar firme, hacerse paso entre la vegetación. Y pronto sintió su respiración muy cerca, su calor, su fuerza. Se plantó a su lado, y él ni siquiera quiso devolverle la mirada.

—Así te quería encontrar —le dijo Wolfgang. Se había acercado en su forma humana y se acomodó a su derecha. Él también observaba a la bruja.

—¿Puedo saber qué haces aquí?

—Bueno, tú me reprochas cada vez que aparezco en Etrica porque es tu ciudad. Pero ahora estás en mi bosque, me temo que soy yo el que va a hacer las preguntas.

—No es momento para reclamos, Wolfie. Estoy en medio de algo importante —respondió sin apartar la vida de Constance. Estaba por terminar el altar, y a él le quedaba poco tiempo para actuar.

—Huele a sangre ajena —comentó Wolfgang. Y sí, justo en ese momento la bruja sacó un pequeño frasco. Dentro de este estaban algunas gotas que rescató del accidente de Aurea.

—¿Me dejas terminar? Luego podremos hablar con calma si es lo que quieres.

—Espera —le pidió el lobo. Ethel maldijo, si le seguía haciendo problemas en medio de algo tan urgente Constance iba a descubrirlos—. ¿La sangre es de la bruja escogida?

—Así es —contestó. Si era cierto que Wolfgang estaba metido en ese enrollo que creo el Dán, entonces tal vez acepte echarle una mano. Eso nunca estaba de más.

—¿Y piensas matarla? —No respondió a eso, era tan obvio que ni siquiera iba a molestarse en hablar—. No creo que sea lo mejor en este momento.

—No serás tú quien me diga que hacer, así que será mejor que no entrometas.

—Ah, vamos. No tientes a tu suerte, no es recomendable jugar en el bosque mientras el lobo está. —Ethel bufó. Definitivamente el tipo fue solo a fastidiarle el plan—. Antes de que le arranques el corazón hay algo que debes saber.

—Habla ya —le pidió con fastidio.

—La Nigromante se está acercando —declaró. Y por primera vez desde que el lobo llego se dignó a mirarlo. Demasiado pronto, no había calculado algo así—. Se está moviendo con rapidez, ha replegado a sus seguidores, atacarán por varios flancos. ¿Y sabes una cosa? Que una bruja de pronto quiera hacerle daño a Aurea se me hace un asunto de aquella.

Memorias de Xanardul: Las escogidas [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora