25. Unión de amor

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Años transcurrieron, volaron veloces en el tiempo, pero, todo siguió igual en aquel continente

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Años transcurrieron, volaron veloces en el tiempo, pero, todo siguió igual en aquel continente. Las únicas vidas que cambiaron fueron las de esos dos jóvenes enamorados que, con el pasar de los antedichos años, se comprometieron y esperaban el momento de su unión matrimonial. A ambos se les honorificó por ser los sobrevivientes de una cruel toxina, incluso el líder del ICAE les hizo un lugar en el sistema educativo de ciencias y medicina. Pasados unos años, Eliot y Bleu se graduaron.

Su trabajo en los laboratorios era duro, a veces ni dormían y sus ojos se irritaban por tanto. No obstante, había algo que todavía los mantenía vivos, lo que los mantuvo vivos desde un principio, la cabaña en la playa. Cuando comenzaron a recibir ingresos, decidieron comprar esa cabaña que pertenecía al sistema de ciencias y medicina, lo hicieron con el fin de vivir allí, de pasar el resto de sus días aburriéndose dentro de aquellas paredes de madera.

La cola del blanco vestido se llenaba de arena, el sol radiaba como jamás antes, las espumosas olas lucían cristalinas y refrescantes, tan refrescantes como la brisa con aroma a flores, las que se encargan de adornar el paso hasta el altar. Las sillas estaban repletas de personas, quienes observaban ilusionados a la novia, la que, detrás del velo, no podía ocultar una sonrisa. Ese hombre de traje la esperaba de pie, mirándola con detalle y entusiasmo, apreciándole sus negros y cortos cabellos, sus rosados labios y sus ojos tan azules como el océano.

—Yo, Eliot Torres, te quiero a ti, Bleu Fermonsel, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.

—Yo, Bleu Fermonsel, te quiero a ti, Eliot Torres, como esposo y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida.

Luego, un dulce beso y dos anillos fueron las pruebas materiales de aquella unión.

La celebración duró todo el día en esa playa, y al anochecer se encendió aún más. Las baladas guiaban el ritmo que seguían los pies, las parpadeantes luces de colores hacían más gozoso el baile, la brisa se sentía cada vez más refrescante y el ambiente relajante.

Cuando todo acabó, en la madrugada, Eliot se encaminó hasta la cabaña junto a su prometida, tomándola de la mano y sonriéndole en cada paso. Ambos entraron descalzos y sosteniendo sus zapatos en las manos. Reían sin sentido alguno, ella le decía cosas, unas que él jamás entendió por causa de la embriaguez. Esa noche, lo único que Eliot pudo entender fue el llamativo destello en los ojos de su esposa, pudo darse cuenta de que tal vez todo era real y lo del sueño estaba solo en su cabeza.

A la salida del sol, Bleu fue la primera en despertar y, luego de hacerlo, abordó con sus ojos el viaje de una tonta apreciación e ilusión hacia el rostro dormido que tenía a un lado. Ella le acarició la mejilla a él, le plantó un beso en la mejilla y entonces susurró esas palabras a su oído.

—Eliot, despierta. Eliot.

El mismo océanoWhere stories live. Discover now