10. Océanos opuestos

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En la madrugada de aquel día, ambos jóvenes aislados permanecían separados por sus dormitorios

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En la madrugada de aquel día, ambos jóvenes aislados permanecían separados por sus dormitorios. Eliot, luchando contra el insomnio, podía escuchar como su compañera tosía ásperamente y daba vueltas en la cama. Él dudaba que estuviera dormida, quería ir a ver qué tal se encontraba, pero, ella ya se lo había dejado todo claro.

«No, no quiero hablar», recordó las palabras de Bleu.

—Joder —expresó Eliot afligido y arrepentido—. Solo quise remediar lo que hice mal.

Sin poder conciliar el sueño, él así pasó el resto de la madrugada. Sobrepensando todo una y otra vez, como antes lo hacía. Lo había dejado, sin embargo, se sentía raro, estaba hasta el tope, se sentía lleno y, no en el buen sentido, se sentía lleno de dolor. Se arrepintió de haber fingido que todo estaba y estaría bien porque, en el fondo, él sabía que no era ni sería así.

Cuando se hicieron las cinco de la mañana, se levantó de la cama y salió del dormitorio. Fue a la cocina por un té de menta, ya que, a causa de estar ingiriendo medicinas fuertes, él y su compañera tenían terminantemente prohibido beber alguna gota de café; por más pequeña que fuera podía ser letal. Eliot miraba el exterior a través de la ventana de la cocina, apreciaba las olas del mar y la desolada playa mientras daba pequeños sorbos a su infusión.

Tras acabar con aquello, fue hasta la sala de estar y, de la pequeña mesita, que estaba en medio de los sillones y frente al sofá, despojó un libro de tapa dura celeste que tenía notas dentro, en casi todas las páginas del inicio. Al instante, aseguró que era uno de los libros que estaba leyendo Bleu, era obvio. Él no se molestó ni siquiera en fijarse en el título de este, solamente dio toda su atención a las amarillentas notas de papel.

—«No se molesta en decirle que lo ama, pero sabe que lo hace» —susurró Eliot concentrado, leyendo una de las notas—. «El amor es subjetivo, y no siempre estará, no sé por qué ella sufre tanto por él».

Una reflexión invadió la cabeza del muchacho castaño, una sobre las páginas donde estaban adheridas las notas. Por lo que pudo leer, Eliot se dio cuenta de que la historia del libro giraba en torno a una chica que sufría de amor por un chico al que ella situó en lo más alto, una joven que hizo que él resurgiera de las cenizas del dolor, ese que luego la abandonó y sin siquiera darle un simple «gracias».

—«Le dio todo, él nada... ¿En verdad vale la pena luchar por amor?» —Eliot quedó mudo ante esa nota, ante ese escrito.

De inmediato, dejó el libro donde lo encontró y, en acto seguido, orientó sus pies hasta situarse frente al gran tablón vertical con perilla que lo alejaba de la chica que le hacía compañía.

—Bleu... —pronunció con la voz débil—. Bleu, lo siento.

Nadie contestó.

—Sé que debes estar enojada por todo lo que hice, por lo que te he hecho. —Su entristecido rostro estaba apoyado contra la puerta, al igual que la palma de su mano derecha—. Bleu, en serio lo siento. Jamás... jamás ha sido mi intensión herirte, solo quiero lo mejor para ti. Quiero... quiero que toda esta mierda termine y volver, quiero que ambos lo hagamos... juntos. Y sé que, al final, lo haremos, regresaremos como luchadores triunfantes.

El silencio parecía perpetuo.

—Bleu, por favor...

Eliot instaló una mano sobre la perilla, se atrevió a abrir la puerta.

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