2. Pruebas

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Aquella mañana del veintiocho de septiembre, las nubes se difuminaban en el cielo azul, el sol radiaba y una frescura relajaba el ambiente

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Aquella mañana del veintiocho de septiembre, las nubes se difuminaban en el cielo azul, el sol radiaba y una frescura relajaba el ambiente. Dentro de «Aolt Areelt», los prisioneros desayunaban en calma y cuchicheaban entre ellos. Se dieron cuenta de que el comedor era vigilado por más soldados, más de los que habitualmente se encargaban de hacerlo. El resonante sonido de las masticaciones, las intensas respiraciones y el sudor emergiendo de las heladas membranas, solo eran unas de las muchas cosas que se provocaban.

Horas más tarde, cuando todos permanecían en sus respectivos barracones, fue que sucedió. Y, en ese entonces, las puertas fueron profanadas por un grupo de personas que vestían trajes de aislamiento y protección. Ellos se encargaron de llevar a cada uno de los privados de libertad hasta el exterior. Una vez allí, todos notaron como la zona externa estaba rodeada por divisiones anticontagio, hechas con cortinas de plástico transparente.

El impacto y susto repentino no tardó en mostrarse sobre los rostros de cada uno de los presentes. Mientras tanto, una doctora, con la compañía de guantes y un tapaboca, les indicó a las pobres personas que formaran una cola, ya que entrarían, uno a uno, en una de las divisiones anticontagio. Y así fue, dicho y hecho, todos siguieron el mandato con mucho pánico, con un nerviosismo que los atormentaba.

El proceso que se les obligó a seguir fue un poco duro. Cuando entraban a la, antes mencionada, división construida por translucidas y plásticas paredes, les quitaban por completo su vestimenta para rociarles un líquido por todo el cuerpo. Tras ese acto, eran vestidos con una camiseta, pantalón y zapatos; todos de color blanco. Finalmente, la presencia de enfermeras y enfermeros se abría paso para tomarles una muestra de sangre y mucosas, las cuales se vinculaban a su dueño por medio de un número en un brazalete que se les otorgaba.

«Veintiocho», pensó Eliot nervioso.

La angustia se apoderó de todos los oprimidos, ellos no sabían de qué se trataban las pruebas y esa inesperada jornada. Aunque, en el fondo, presentían que era algo de suma importancia, un algo sin nombre para ellos que se abría paso entre la corrupción.

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