9. Enmienda

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El alrededor se oscurecía, el anaranjado de la arena se tornaba azul por causa de la luz

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El alrededor se oscurecía, el anaranjado de la arena se tornaba azul por causa de la luz. Las olas decrecían y la luna emergía desde horizonte después del mar. Al igual que una joven pelinegra de su dormitorio, quien iba a la cocina por una taza con té y, una vez con la bebida en sus manos, abrió la puerta principal y se sentó en un escalón de las pequeñas escaleras de madera, donde habitualmente lo hacía. El vapor que emanaba de la taza con té, le entibiaba las manos y provocaba una calma sin comparación. Una que, pocos instantes después, fue interrumpida.

—Estaba leyendo en la sala de estar, y no pude evitar notar tu presencia —acotó Eliot acercándose, sentándose a un lado de la chica—. Bleu...

—Fermonsel —continuó ella sin dirigirle la mirada.

—Oh, vuelves a hablar. —Se hizo el sorprendido—. No creí que podrías hacerlo. ¿Sabes? He estado pensando que... hace un frío terrible y, ¿qué mejor que un delicioso baño en el mar, no?

Bleu sonrió.

—Sí, claro —dijo sarcástica.

—Hablo en serio —enfatizó poniéndose de pie—. ¿Tú no lo crees?

Eliot se sacó la camiseta y, entonces, su abdomen llamó la atención de Bleu.

—Ya vístete —mandó ella entre risas—, ¿qué haces?

—Disfrutar de la estadía —respondió sonriente, mientras desabrochaba su pantalón.

—Ya basta, Eliot —pidió riendo.

—A ver, una carrera hasta el mar —retó animado y, tras quedarse en ropa interior, inició la carrera—. ¡Eres lenta! ¡Alcánzame, si puedes!

—¡Eliot, ya basta! ¡Detente! —gritó sin poder sacarse la sonrisa del rostro.

Entre risotadas, Eliot entró al agua, entre risas, llamaba a Bleu, quien inevitablemente también reía a causa la mala natación de su compañero. Estaba convencida de que seguramente él había pensado las cosas que hizo, intentando así enmendarlas. La seguridad en ella era suficiente para disculparlo, pero, no estaba lista para enfrentarlo.

—¡Me voy! —exclamó la joven, mientras Eliot se acercaba.

—¿Qué? ¡Oh, vamos! —Comenzó a tener un leve ataque de tos.

—Ve por una toalla, sécate. Debes preparar la cena.

—¿Es en serio? —Eliot se sintió interrumpido, pero, no lo demostró—. Espera.

Aquel chico, de castaños cabellos ondulados y con pecas en las enrojecidas mejillas, entró a la cabaña y fue hasta la cocina por un par de cosas, las que le ayudarían con su plan, el intento de enmendar. Su pulso estaba acelerado, se sentía temeroso y, al mismo tiempo, entusiasmado. Sabía que ella no lo rechazaría, se notaba distinta, como la Bleu que entró el primer día, pero, más calmada y...

—Bonita —susurró Eliot, mientras salía de la cocina.

Entretanto, Bleu seguía allí, tan pensativa y reflexiva, todavía sentada en el escalón con la vista hacia el mar.

—¿En qué piensas? —preguntó Eliot bajando las escaleras.

—¿Qué? ¿Qué estás haciendo? —preguntó Bleu entre una sonrisa y pequeñas risas, después de darse cuenta que Eliot llevaba en manos una caja de cereal, un envase de leche líquida y tazones acompañados por cucharas.

—Si no puedes llegar a la cena, la cena llegará a ti —respondió él yendo hasta a las cenizas de la pasada fogata y sentándose enfrente, en la arena.

—¿Hablas en serio? —Soltó unas carcajadas.

—¿Qué se te hace tan gracioso? Ven, cuéntame.

—Eliot, ya, mejor vayamos a adentro —pidió alegre, poniéndose de pie.

—En serio, cuéntame, enciende la fogata y hablemos de ello.

«Gregory», recordó Bleu.

—No... —expresó abatida—. No, no quiero hablar.

—¡Bleu, espera! —gritó Eliot, levantándose, mientras veía como aquella joven se introducía en la cabaña—. Quería decirte que puedes contar conmigo —susurró.

El mismo océanoWhere stories live. Discover now