16. Mensaje

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Bleu pasó una atormentada madrugada

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Bleu pasó una atormentada madrugada. Le costaba quedarse dormida y, cuando lo conseguía, no duraba mucho, volvía a despertarse. Comenzó a caminar de un lado para otro, pensando, analizando la llamada y la situación lo más que pudo. Sin embargo, no daba con una respuesta lógica y coherente. Le parecía que esa llamada había sido parte de un sueño. Ella casi daba por olvidado a aquel joven que, semanas atrás, había sido su compañero en la cabaña.

—Eliot, Eliot... —repitió, mientras seguía caminando sin cesar, angustiada, nerviosa.

Finalmente, luego de mantenerse despierta hasta las cuatro y veinte de la mañana, Bleu se quedó dormida en el sofá.

Cuando abrió sus ojos de nuevo, lo hizo veloz, alarmada, escuchando unos precipitados golpes en la puerta principal.

—¡Ya voy! —exclamó, levantándose de sofá, apresurada y luciendo desordenada.

«Betty ya no viene por las mañanas», recordó, confundida, cuestionando sus acciones y palabras.

—¿¡Quién es!? —Comenzó a caminar hacia la puerta, despacio.

Los golpes siguieron, pero nadie contestaba.

Los nervios y la preocupación aumentaron la paranoia de Bleu, haciéndola hablar otra vez.

—¡Dígame quien es y abriré la puerta! ¡De lo contrario, tendrá que derribarla!

Una extraña sensación recorrió a Bleu, tenía un mal presentimiento.

—Bleu... Bleu, soy yo, Eliot... Eliot Torres.

Esa voz era reconocible, en verdad era él.

Bleu abrió la puerta y, al instante, un fuerte puñetazo en el estómago la dejó sin aire, tumbándola al suelo. Ella pudo detallar a Eliot con las manos atadas en la espalda y un pañuelo amarrado colgándole del cuello, uno que seguramente antes cubría su boca. También había una chica al lado derecho de Eliot, ambos de rodillas, siendo esclavos de dos hombres con mascaras negras que vestían casualmente; uno de ellos fue el que le clavó el puñetazo a Bleu.

—¡Bleu! —gritó Eliot, desconsolado.

—Silencio, Hache Dos —ordenó el hombre pelinegro que lo sostenía y sostenía a la otra chica.

Bleu comenzó a marearse, mientras el otro hombre, el de peinado elegante y cabello rubio, se acercaba a ella.

—Mi queridísima Hache Uno —habló éste, mostrando un semblante satisfecho, en cuclillas frente a ella—. Llevo meses con el deseo de conocerte y... ahora puedo tener el placer de decir que al fin lo cumplí.

—¡Déjala! ¡Dijiste que no le harías daño! —reprochó Eliot, agitado y entristecido, entre fallidos intentos de liberarse.

—¿Qué... qué quieres? —preguntó Bleu al hombre, retorciéndose de dolor, mientras trataba de recuperar el oxígeno con más rapidez.

—Quiero dejarle un mensaje a tu amada doctora, Susana Frey, quien me expulsó de lo que desde un principio fue mi plan —admitió sonriendo, casi como un desquiciado, haciendo énfasis en las dos últimas palabras.

El otro hombre, el pelinegro, pateó fuertemente la pierna de Eliot y, tras éste expresar un horrible dolor, fue liberado de las ataduras en sus muñecas y lanzado contra el suelo, lejos. Luego, el mismo hombre, se puso detrás de la chica rubia con las manos atadas que permanecía callada y de rodillas en el umbral de la puerta principal.

—¿Qué... qué hacen? —susurró Bleu, adolorida.

—Mandarle mis más cordiales saludos a la doctora —respondió el hombre rubio, poniéndose de pie, con la vista fija en Bleu.

Una vez que los crueles hombres cruzaron la puerta, sus sombras se desvanecieron del suelo y, al mismo tiempo, la joven que permanecía en el umbral de dicha puerta comenzó a tambalearse. Eliot se alertó antes de que cayera y no espero mucho tiempo para arrastrase hasta ella, tan veloz y ágil que logró recogerla en sus brazos; manteniéndose sentado.

Bleu intentaba ver lo sucedido, pero, su consciencia no duró mucho y se desmayó.

—No... —expresó Eliot preocupado, después de darse cuenta de la mancha rojiza en la parte trasera de la camiseta blanca de Ashliet, a quien sostenía en sus brazos.

La respiración de ella era agitada, fuerte, muy constante.

—Tú... tú... —La sangre le invadió los empalidecidos labios, ella tragaba grueso, luchaba por seguir hablando—. Debes hacerlo, eres tú... Ella... Tú... Eres tú... Eres... Eres... Eres...

Aquellos alarmantes ojos, que suplicaban auxilio e intentaban entrar a la mente de alguien más para entregar el mensaje que su alma poseía, no soportaron más y, sin marcha a atrás, se cerraron.

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