8. Distancia

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A la mañana siguiente, a tempranas horas del día, el sonido de las gaviotas y las olas del mar provocaban un grato sentimiento de alegría dentro de Eliot, quien rellenaba unas hogazas de pan para el desayuno, lo hacía con queso amarillo y jamón; a...

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A la mañana siguiente, a tempranas horas del día, el sonido de las gaviotas y las olas del mar provocaban un grato sentimiento de alegría dentro de Eliot, quien rellenaba unas hogazas de pan para el desayuno, lo hacía con queso amarillo y jamón; ambos rebanados. También exprimió unas naranjas para hacer jugo, sabía que la vitamina C los mantendría saludables y poco propensos a pescar un resfriado. Los nervios lo llenaban hasta el copete, comenzó a tener la manía de, sin segundas intenciones, preocuparse por su compañera de nombre desconocido.

—¡Está listo el desayuno! —gritó, después de poner la mesa y servir.

Nadie contestó.

—¡La enfermera no tardará en llegar y —tomó un sándwich entre sus manos—, será mejor que comas algo antes de beberte ese montón de pastillas y que, además, inserten una inyección en tu muslo! —Mordió el alimento rico en almidón y proteínas.

Pero, a pesar de esa sugerencia, siguieron sin contestar.

«Maldición», pensó Eliot preocupado.

—¡Bueno, más para mí! —agregó, fingiendo.

Más tarde esa mañana, cuando se hicieron las nueve, la enfermera tocó a la puerta y Eliot abrió prontamente. Después, la mujer organizó todo para empezar con el tratamiento médico de aquel día. Entre insistencias de la noble enfermera, la joven que se había encerrado en su dormitorio fue obligada a salir, todo eso solo para recibir el, ya aburrido para ella, método médico de prevención ante un mal que no sabían cómo denominar.

—¿Qué tal se han sentido? —interrogó la enfermera quedándose de pie, mientras veía como los muchachos estaban sentados en la sala de estar y tomaban las fuertes píldoras matutinas, esas eran las más delicadas, y por esa razón la enfermera llevaba un seguimiento de ellas; a diferencia de las del almuerzo y la cena, que eran simples analgésicos.

—Mejor, yo me he sentido mejor que nunca —respondió Eliot con un semblante agradable.

—Qué bueno, Eliot —lo miró sonriente—, me pone muy feliz. ¿Y tú, Bleu? ¿Cómo lo has llevado?

La chica pelinegra, que se mantenía sentada y en silencio total, cayó en cuenta.

—Ahm... Bien.

«Bleu, su nombre es Bleu», pensó Eliot ante ese revelador suceso.

—Qué bueno. Entonces... sigamos adelante.

Al acabar la rutina médica, Bleu se encerró otra vez en su dormitorio. Mientras que desde otro punto de vista, la enfermera, antes de irse, fue llamada por Eliot, quien hizo que se detuviera justo en las pequeñas escaleras frente a la puerta principal de la cabaña.

—Eh, quería decirle que está mañana, ella... Bleu no quiso desayunar —reveló él viéndose inquieto—. No vaya a decirle nada, lo único que quiero es que... ella esté bien.

—Tranquilo.

 —¿Qué puedo hacer para ayudarla?

—Pues, honestamente, no lo sé, necesito más información al respecto. Quizá hubo algo que la afectó emocionalmente, ¿sabes qué pudo haber sido? —inquirió la enfermera.

—Eh, Ayer... Bueno, no estoy muy seguro, no creo que eso le haya afectado tanto.

—Eliot...

—De acuerdo. Ayer por la noche, ella fue a nadar al mar y, cuando regresó, hizo eso —señaló un montón de ramas, varias hechas cenizas—, lo hizo sin cambiarse de ropa ni tomar una toalla para secarse.

—¿Me estás diciendo que una fogata le provocó un bajón emocional?

—No... —respondió inseguro—. Quiero decir, sí. Bueno, no es exactamente lo que parece.

—¿Entonces?

—Eh... Le ordené que la apagara y que entrara a cenar, pero, ella se negó, dijo que la dejara tranquila. Se le veía muy alegre frente a la fogata y, sin antes pensarlo con calma, yo la apagué bruscamente con un tazón con agua.

—Pues... estuvo bien lo que hiciste, de cierto modo. Ella puede correr el riesgo de resfriarse y eso no estaría para nada bien. Aunque, volviendo a lo otro, ¿estás seguro de que pudo haber sido eso lo que la afectó?

—No sé, quizás. Ella antes no había actuado así, tan distante y apagada.

—Ahm... Si se trata de eso, pues, lo único que puedo recomendarte es que remiendes tu error de la mejor manera posible. —Sonrió con labios cerrados—. Cuídate, Eliot. Cuídense ambos, los veo mañana.

La enfermera se marchó.

El mismo océanoWo Geschichten leben. Entdecke jetzt