19. Reposición

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«Sabes que nada puede salir de este lugar, querida Bleu», recordó ella las palabras de la doctora

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«Sabes que nada puede salir de este lugar, querida Bleu», recordó ella las palabras de la doctora.

Las olas del mar eran pacíficas, las nubes rasgadas eran acompañas por un cielo azul, y el viento y un libro a la luz de día complementaban la serenidad de aquella joven, aquella que se encontraba sentada en un escalón de las pequeñas escaleras de madera en la entrada. La cabaña, luego de ser aseada e inspeccionada por los especialistas del laboratorio, quedó organizada y con olores artificiales; cosa que Bleu detestó al instante. Lo que más la había enamorado de aquel sitio era el olor a madera, el agua tibia de la regadera, el océano y las llamas de la fogata.

Al escuchar el sonido de un motor acercándose, Bleu alzó la mirada, salió del mundo ficticio, donde antes se encontraba, y entró a la realidad, una que parecía más ficticia que lo que leía. El sonido era provocado por una camioneta blanca, una que tenía el logo del laboratorio. Ella sabía lo que significaba, estaba segura, sabía que no había dudas, era real y lo confirmó cuando ese joven bajó, dándose cuenta de que era él.

—Eliot —susurró—. ¡Eliot! —gritó, poniéndose de pie.

Desbordándose de felicidad, Bleu corrió descalza por toda la arena, mientras su vestido blanco se movía con el viento, al igual que sus negros y cortos cabellos.

—Oh, Eliot —expresó, después de abrazarlo fuertemente—. Estás bien, estás bien.

—Bleu... —comentó él, distinguiéndose tan somnoliento, cansado.

Dos enfermeras se encargaron de acompañar a Eliot hasta un dormitorio, su antiguo dormitorio.

Entretanto, Bleu entablaba una conversación con Betty en la cocina.

—¿Qué tiene? ¿Qué le pasa? —preguntó Bleu, mientras colocaba una cafetera en el fuego de la cocina.

—Le hemos aplicado un sedante.

—¿Otro más? —El asombro predominó en su rostro.

—Sí —quitó la vista de la ventana—, Eliot pasó semanas sin seguir una dieta balanceada y dormir correctamente. Su peso bajó ocho kilogramos.

—Oh, por Dios.

—Tranquila, él estará bien.

Bleu no demoró para preguntarle sobre si Eliot le había dicho algo con respecto a todo lo que había pasado. Betty reveló que él confesó que lo habían mantenido secuestrado y encerrado por más de una semana junto a una joven, y que los culpables eran dos hombres. En ese aspecto, Bleu reaccionó y le preguntó que qué pensaban hacer ellos, mientras dejaba caer su peso en los codos sobre el mesón de cerámica.

—¿En serio crees eso?

—¿Cómo que si en serio creo eso? —Bleu arqueó una ceja, confundida—. Obviamente que lo hago, ¿tú no?

—Bleu...

La enfermera demostraba inseguridad.

—Betty, ¡por favor! Estamos hablando de algo serio, yo también vi a esos hombres y a la chica.

—¿Qué? ¿Qué dices? —preguntó impresionada—. Con eso no se juega, Bleu, Susana nos dijo que no había más testimonios.

«Esa víbora», pensó Bleu, enfadada, mirando fijamente sobre el mesón el libro que antes leía.

—Pues sí los hay —abrió el libro que contenía papeles dentro—, y debes ayudarme a descubrir la verdad.

El mismo océanoWhere stories live. Discover now