3. Positivos

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Días después

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Días después...

Pasadas las pruebas químicas, los resultados habían acertado, de alguna manera, habían dado, por segunda y tercera vez, con la toxina y era hora de la verdad.

Los prisioneros se encontraban reunidos en los alrededores «Aolt Areelt»; de pie y con tapabocas puestos, separados por un metro de distancia y organizados en filas por columnas. No se les permitía decir ni la más mínima palabra, se encontraban a la espera de un algo que no sabían que estaban esperando, yacían tan quietos y dominados, tanto como siempre.

La fina doctora, quien tomaba riendas del caso, se puso frente a todos, con la requerida distancia y, seguidamente, con una mano bajó el tapaboca que llevaba puesto.

—Tenemos los resultados de las pruebas realizadas —avisó, luego dirigió su vista a la hoja de papel que sujetaba entre las manos.

Cuando se mencionó a la primera persona que había dado positivo, todos quedaron aliviados. ¿Y quién no? Sabiendo que no se trataba de ti mismo, entonces que se cayera todo el mundo en pedazos. Porque pensaron en ellos mismo, en no ayudar a los demás. La señalada muchacha no demostró temor alguno, no sabía qué era eso que le habían detectado; era sencillo, no sabía nada, como todos los demás. Lo único que ella sabía era que la miraban como culpable de asesinato.

—Para acabar de una vez, mencionaré a la segunda y última persona que también ha dado positivo —agregó la doctora regresando la vista a la hoja, y la tranquilidad en los rostros ajenos se difuminó—. Se trata de... el veintiocho, número veintiocho. —Levantó la mirada hacia la multitud—. Veintiocho, por favor, ven hasta aquí.

Eliot, muy impactado, se puso de pie y, al terminar con un trago grueso de saliva, comenzó a caminar. Las miradas lo devoraban vivo, lo juzgaban y culpaban. Él se sentía tan perdido como la chica que esperaba por su compañía, alejada de todo ser vivo en la zona.

La doctora acomodó de nuevo su tapaboca y les indicó a sus asistentes médicos que siguieran con lo asignado.

—¿Qué? ¿Qué es lo asignado? —preguntó Eliot sin temor alguno.

La doctora lo miró y, posteriormente, excluyó esas palabras de sus oídos, lo ignoró por completo. Eliot se dio la vuelta, miró a la multitud; buscaba algo, buscaba a alguien.

—¡Mamá, no dejes que me lleven! —gritó él angustiado, sin saber dónde estaba ella, había muchas personas—. ¡Mamá, por favor! ¡Mamá!

En ese instante, los asistentes médicos, poseedores de trajes protectores, tomaron con gran fuerza a Eliot y a la chica que estaba a un lado de él para llevárselos, no les importó el título o rango que se interpusiera ante el objetivo de la doctora, ella era un ser humano supremo y con muchos contactos.

Al salir de «Aolt Areelt», subieron a los jóvenes en la parte trasera de una camioneta blanca totalmente cerrada. Dentro de aquel vehículo en movimiento, ambos pasaron muchos minutos mientras intercambiaban cortas e insignificantes miradas. No sabían a dónde los llevaban, no sabían de qué se trataba todo eso. Tampoco podían hacer nada para evitarlo, los habían exiliado hasta de sus pertenencias. Eliot comenzaba a asustarse, se daba cuenta de que era algo serio, que no era una niñería de la cual podría lavarse las manos fácilmente, era el Departamento de Salud quien estaba involucrado en todo lo que sucedía.

Entre tanto estrés, entre tantos sucesos, alcanzaron la meta. La camioneta se estacionó y, tras esa acción, los asistentes médicos abrieron las puertas traseras para bajar a los dos muchachos que seguían allí a la espera de un no sé qué. El radiante sol les pegó como si aquel día ellos no hubieran salido a luz, los encandiló, mientras emprendían una caminata guiada por los asistentes médicos y la doctora.

Eliot, con una mano sobre sus ojos, tapaba los rayos solares que también cumplían el rol de acalorarlo. Entonces, él sintió como sus pies se hundían suavemente, lo hacían en la delicada arena, del mismo modo, que sentía la brisa en su rostro, la que provenía de las olas del mar. Su vista no demoró mucho para golpearse con una pequeña arquitectura, una hecha de madera, a simple vista aparentaba ser una de alta calidad.

—Sean bienvenidos a su nuevo hogar —habló la doctora amable, señalando con una mano la cabaña.

El mismo océanoWhere stories live. Discover now