«Libro»

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—¿Hm? — el castaño se restregó los ojos. Se sentó en lo que parecía una cama. Tenía un dolor de cabeza insoportable. —¿Dónde...?

—Ah, ya despertaste mi cielo. — una mujer castaña entraba a la habitación.

—¿Mamá? ¿Qué...?

—Sh... No te esfuerces, venimos de tu instituto. Nos llamaron ya que te desplomaste en la enfermería.

—Me duele la cabeza...

—¿Mucho?

El chico asintió haciendo notar sus ojos llorosos, los cuales ni siquiera habían sido causados por llanto.

—Voy a traer el termómetro. Quédate acostado. — la mujer salió de la habitación y al poco tiempo volvió con el objeto nombrado.

—Abre la boca.

El chico obedeció y quedó alrededor de cinco minutos con el termómetro en la boca.

—Bien, veamos... 39°C. — la mayor se preocupó.  —Dios... Tienes 39°C de temperatura, ¿cómo te sientes? ¿estás estable?

—Mamá... Es solo una fie...

—¿Qué sientes?

—¿Eh? Me duele la cabeza, siento que mis ojos están por llorar, me duele el cuerpo...

—Ah... Ya veo... No es nada, es solo gripe. Me había preocupado... Te voy a traer una pastilla, solo descansa.

—¡Pero...! ¡Los exámenes! Mamá... Estoy bien, no voy a morir, tú lo dijiste, es solo gripe...

—Por favor, por favor, ¿puedes dejar de lado tus estudios, por una maldita vez? ¡Estamos hablando de tu salud! No todo en la vida es estudiar Moniko... — la mujer salió de la habitación luego de haber alzado la voz.

El castaño se encontraba algo asustado por la reacción de su progenitora. No era usual que se estresara, pero su terquedad lo había logrado.
Tal vez estaba demasiado preocupado en ser lo que los demás querían ver, que dejó de lado su propia salud.
Lo único que quería, era no decepcionar a los demás.
Tuvo que adaptarse a los gustos de los demás para encajar con sus compañeros.

Aunque al principio le costó cambiar sus gustos, rápidamente se acostumbró a ellos, y fue mucho más fácil rodearse de gente. A veces pensaba en cómo había sido capaz de cambiar solo para complacer a los demás.
Definitivamente no sería algo que su yo del pasado hubiera hecho, y mucho menos pensado.

Siempre se decía que pase lo que pase, nunca cambiaría solo porque hubieran personas que se lo pidieran.
No sabía cómo se sentía el miedo al rechazo hasta que lo experimentó.

En la secundaria, la moda eran los videojuegos. Nunca lo había experimentado, y no pensaba hacerlo. Simplemente no le llamaba la atención.
Hasta que sus primeros “amigos” empezaron a acercarse a él. Todo iba bien, pero siempre quedaba excluido cuando estos hablaban sobre sus títulos favoritos de videojuegos.

Decidió que tal vez, debería empezar a jugar para así poder juntarse con sus compañeros y no ser excluido.
Al final, resultó gustándole, pero era algo que nunca se había imaginado haciendo.

El primer día de su cuarto año en la secundaria, encontró a un chico nuevo. Parecía no importarle todo el desorden que se había formado a su alrededor, después de todo, estaba sumergido en un libro que tenía en sus manos.

—¡Hey! ¡Llegaste! ¿Vamos con los demás? — se acercó como de costumbre uno de sus “amigos"

—¿Quién es el nuevo?

—¿El del libro? Ni idea, ¿lo averiguamos? — dicho esto, el chico se acercó al pelimorado y le arrebató el libro. —Veamos... ¿El... Retrato de... Marcos?

—“Markov” — dijo el pelimorado corrigiendo al chico.

—¿“El Retrato de Markov”? ¿La prisión que experimentaba con humanos? ¿¡El proyecto Libitina!?— dijo el castaño algo sorprendido.

—¡Sí! ¿Lo leíste? — preguntó el chico pelimorado tratando de ocultar su emoción.

—¡Claro que lo leí! Aquel libro me dejó con pesadillas durante una semana. — rió el castaño haciendo que pelimorado también riera.

—Es cierto que es perturbador, sin contar el ambiente de horror que brinda a los lectores... En realidad, es la tercera vez que lo leo. Es uno de mis libros favoritos.

—¿De verdad? En lo personal, mis favoritos son...

—Oye, ¿te unirás al chico raro? — dijo el chico que aún tenía el libro en la mano.

—Sí, ¿tienes algún problema? — el castaño le arrebató el libro y se lo devolvió al pelimorado.

—Gracias...

—No hay de qué, ¿y bien? ¡Cuéntame cómo te sentiste leyendo el libro!

—Te arrepentirás de dejar el grupo. ¡No eres nada si no estás con nosotros!

El castaño, sin siquiera darse la vuelta, le mostró el dedo al chico, haciendo que se retirara aún más enojado.

Los años que siguieron el castaño y el pelimorado se volvieron amigos cercanos. Podían hablar de cualquier cosa sin preocuparse sobre la crítica del otro, ya que no existía. Ninguno juzgaba al otro por las cosas que hacía.

Y así pasaron al mismo instituto, en el cual seguían disfrutando de la compañía del otro.

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