«Infeliz»

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[No mucho, debería estar durmiendo, pero por alguna razón, me da sueño alrededor de las dos de la mañana, pero aún no llega jajaja ¿Qué hay de ti?]

—Es verdad... La diferencia horaria... — se decía a sí mismo el chico coral mientras que suspiraba.

—¿Eso es un problema? — preguntaba su mejor amigo.

—Para mí, sí. — se volteaba a ver al otro chico. —Solo puedo enviar un mensaje hasta que él me responda. Y él igual. Si allá es de madrugada, y yo por alguna razón, tardo en responder, se dormirá. Y quién sabe si me recordará y me seguirá hablando.

—Estás exagerando. De todas maneras, siempre van a tener que esperar la respuesta del otro.

—Pero...

—Si no responde, espera hasta la noche. Que yo sepa, tú tampoco duermes mucho.

—Shh... — rió dándole un golpe en el hombro al pelirrosa.

(¿Yo? Voy al instituto, nada interesante. ¿A la madrugada? Jajaja bueno, no diré que es raro, porque también me pasa)

El chico coral envió el mensaje, apagó su teléfono y escondió su cabeza entre sus brazos a la vez que suspiraba.

—Hey.

El chico volteó la cabeza para dirigirle la mirada al contrario.

—Tranquilo. — sonrió.

El día siguió. Su teléfono no había vuelto a vibrar. Así que esperó hasta la noche.

Caminó junto al pelirrosa de vuelta a casa.

El chico coral vivía aún junto a sus padres, sin embargo, en cuanto pudiera, saldría de allí. No era feliz allí. No por tener una relación mala con sus padres, era por la relación que sus padres tenían.

Últimamente peleaban demasiado. Su madre había amenazado varias veces en irse. Pero, nunca lo hizo.

Y eso le dolía demasiado. Cuando sus padres se demostraban cariño, eran una pareja muy linda. Pero cuando peleaban, siempre temía en que llegara el divorcio de estos.

Si esto ocurriera, no podría soportarlo. Fingía reír, ser feliz ante todo el mundo, pero solo había una persona con la que no podía hacerlo. Su buen amigo, el pelirrosa.

—¡No es mi problema! ¡Dios!

—¡Pero no te entiendo! ¿Puedes simplemente dejar de enojarte por cualquier estupidez?

—¿Sabes qué? Olvídalo. — la mujer se dirigió a la habitación y se encerró.

—Oh... Satori... ¿Cómo te fue? — se dirigió al chico que se encontraba en la puerta principal.

—Bien... — respondió decaído.

Aquella montaña rusa de emociones no era para nada sano. No odiaba a sus padres. Odiaba el hecho de sus discusiones por cosas estúpidas.

Se sentía culpable. A veces creía que si él no hubiera nacido, nada de esto estaría pasando.

—Ve a tu cuarto hijo, haz tus tareas.

—Sí...

El chico se dirigió a su habitación y se encerró. Quería solo olvidar todo e irse.

—Por favor... Que todo se solucione... — susurraba el chico al borde de las lágrimas. —Que sigan juntos... — lloraba en silencio.

—¡Satori!

El chico se limpió las lágrimas y corrió al encuentro con su madre.

—Ayúdame a lavar por favor.

—Enseguida...

Lavó los trastes alrededor de diez minutos y se retiró.

Habló con su amigo por mensaje, omitió la parte de sus problemas familiares, por lo que el resto de la tarde no fue tan trágica.

—¿Qué haces? — se acercaba la madre del chico al hombre que se encontraba sentado frente a la computadora.

—Ah, nada, trabajo.

—¿Te ayudo?

—Si quieres...

—Cualquier cosa con la que pueda ayudarte. — la mujer abrazó a su pareja. Y nuevamente volvieron a ser la pareja linda que se ama con toda el alma.

El coral veía esto mientras lloraba. Aquellos cambios de ánimo le hacían daño. Entristecía porque no quería ver separados a sus progenitores. Pero se alegraba enormemente cuando se reconciliaban.

—Deja de ser tan... Llorón... — susurraba nuevamente para sí mismo.

El resto del día fue un día normal. Un día familiar. No sabía cómo, pero cuando pudiera, se iría de aquel lugar. Quería no enterarse de las peleas de sus padres. Pero quería que siguieran juntos. ¿Sería egoísta?

—Me voy a dormir. — dijo el chico coral para luego encerrarse en su habitación.

—Duerme bien corazón.

—Descansa hijo.

Una vez dentro, sacó de su escondite su teléfono. Ese era su momento para desestresarse. Era su momento.

¡Tienes una nueva carta!

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