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La tensión en nuestros cuerpos mojados y tibios estaba en su punto máximo. Hacía unos minutos que habíamos abandonado las paredes y calidez de la ducha por la comodidad y suavidad de mi cama. 

Desde la posición donde me encontraba podía observar con mucho detalle como los músculos de los brazos y pecho de Bruno se flexionaban y contraían respectivamente mientras se movía sobre mí. No distinguía cuáles de las gotas que los delineaban eran del agua de ducha y cuáles eran de sudor pero me distraía viéndolas mientras esperaba que mi cuerpo finalmente se amoldara y ajustara al suyo. 

El dolor y la incomodidad de la preparación y de la primera vez quedaban más y más atrás para dar lugar al placer. El tener sus ojos clavados en los míos en todo momento también me relajaba. Ni hablar de las tiernas caricias en mi rostro y los pequeños besos que me daba cuando sentía que no podía aguantar. 

Me hacía sentir protegido, cuidado, que podía ser yo, con todos los estados de mi intimidad, para mostrarme tan desnudo y abierto ante él, en cuerpo y en alma. Para entregarme como solo una persona a su ser amado puede hacerlo. Y solo alguien que lo ha vivido puede saber de lo que hablo. 

Porque mientras mis compañeros de clase andaban por ahí hablando de sexo como si fuese una materia más que aprobar, yo estaba allí transformando la palabra y dándole un significado que jamás creí darle, viviéndola como la experiencia más mágica en mi vida. 
Para mi era sinónimo de amor, era unión, era conexión. Era volver a creer. 

El placer físico es increíble, ¿Quién lo negaría? A mis 17 años lo experimenté y encontré un mundo fascinante que nunca más quise dejar. Pero el placer emocional o mental, por llamarle de alguna manera, le superaba en todos los sentidos. O quizás era la combinación de las dos cosas lo que me volvía completamente loco. Y eso es, entendí, muy difícil de encontrar. 

Era afortunado. 

Y mientras más rápidos y brusco eran los movimientos de Bruno, más entendía que este momento era único y especial. No porque no pudiéramos volverlo a repetir porque, diablos, que lo haríamos. Pero la primera es la primera. Y este chico estaba ahí tomando con ganas mi inocencia que con gusto le entregué y la cual solo se entrega una vez. 

A cambio, él me daba su experiencia, su deseo de tocarme, de poseerme, la oportunidad de que lo sintiera mío tanto como yo me sentía suyo.

Mis gemidos como los suyos, llenaban por completo la habitación, y expresaban todo por nosotros, todo lo que no podíamos decir en ese momento, como cuánto le quería. 

Cuando cayó sobre mí agitado y rendido solo eran nuestras respiraciones las que se escuchaban entonces. Acaricié su cabello mientras él descansaba sobre mi hombro y luego volteé a darle un beso en la mejilla. Aún seguíamos unidos y cuando creí que ya todo había acabado, me sorprendió que retomara su posición y sus energías para continuar como lo venía haciendo.

— Tú también tienes que venirte, bebé. — me sonrió. 

— B-bruno… — sentí mi cara caliente y roja. Un repentino golpe de calor me había atacado de repente al escucharlo decir eso y sobre todo por la forma en que se refirió a mí. Nunca antes me había dicho así. 

Pero después de lo que estábamos haciendo creo que ya habíamos pasado los límites y podíamos llamarnos como queríamos con total libertad. 

Con respecto a lo otro, no sabía cómo se supone que iba a acabar estando como estábamos. No lo creí fisiológicamente posible y ni siquiera necesario. Para mí ya estaba como en la gloria con todo lo anterior, pero obvio Bruno sabía mejor las cosas, y como siempre tenía razón. 

Bajo luz de lunaWhere stories live. Discover now