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Pasaba casi todas las noches frente a mi casa desde aquella primera vez que lo vi. Y casi siempre a la misma hora. No importaba el frío que empezaba a hacer con la llegada del invierno o que ya pronto empezaría a nevar, él solo llevaba camiseta y sus jogging para correr. 

No entendía cómo no tenía frío. Pero no podía juzgar ya que yo también andaba afuera de casa a esas horas de la noche sin que me molestaran mucho las bajas temperaturas.

Teníamos unas escaleras al costado de casa que llevaban desde el jardín hacia la terraza. Y yo tenía la suerte de que una de las ventanas de mi cuarto diera justo sobre esas escaleras. Por lo cual escapar de casa, o en mi caso, solo subir al techo, era sumamente fácil. 

Subía allí a dibujar. 
Nada en concreto. A veces hacía garabatos, a veces animales, y a veces, muy pocas veces, me animaba y dibujaba a mi madre. Basado en los recuerdos que tenía de ella. Quizás lo hacía más que nada para no olvidar su imagen la cual empezaba a verse más y más borrosa en mi mente, y si no veía una foto de ella pues ya no sabría describirla exactamente.

Pero las últimas dos semanas, las páginas de mi cuaderno de dibujo solo estaban llenas de él. Este extraño chico que pasaba corriendo a medianoche frente a mi casa. Tenía el cabello negro, algo largo y era alto, de piernas largas. Incluso a la distancia me gustaba imaginar sus ojos de un color claro pero no estaba seguro cual, quizás celeste. Sus camisetas sin mangas siempre me dejaban apreciar sus brazos delgados pero musculosos. No obstante, su apariencia física no era lo que más llamaba mi atención. Sino su expresión. 

Parecía venir corriendo desde el otro lado del lago, probablemente vivía en las casas de esa parte, y siempre que pasaba enfrente de la mía, lo hacía corriendo con velocidad y furia, con esta rara expresión de enojo en su rostro. Como si algo le frustrara o le persiguiera y él solo quisiera huir desesperado. 

A la vuelta, cuando parecía regresar hacia donde sea que vino, lo hacía trotando de manera más calmada casi caminando, su cara era otra. Se lo veía relajado, pacífico. Era otra persona distinta.

Yo desde el techo de mi casa podía apreciar bien ambos de sus estados. Y los tenía plasmados en mis hojas. Solo me bastaba la luz de los faroles de la calle y la luz de la luna sobre mi cabeza para poder admirarlo. 

Amaba dibujarlo. No entendía por qué pero tampoco me preocupé por buscar un motivo. 

Con el correr de las noches, me aprendí cada uno de los detalles de su rostro, de las líneas y proporciones de su cuerpo. Es impresionante lo que puedes aprender de una persona con solo mirar y mirar. 

Retraté su rostro desde decenas de ángulos posibles. Dibujé en detalle cada una de sus camisetas con distintas estampas y las cuales nunca repetía dos días seguidos. Corriendo, quieto, a veces solo sus ojos o su cabello. Lo que sea, mis páginas estaban repletas de él. 

Lo único que no podía saber mirando era quién era, cómo se llamaba y por qué parecía cambiar de ánimo cada noche, cada vez que salía a correr. Era un misterio para mí pero digamos que estaba acostumbrado a convivir con misterios a esa altura de mi vida. Ni siquiera me pregunté cómo es que nunca le había visto antes en el pueblo. Yo no salía de casa prácticamente a ningún lado desde los últimos tres años, salvo a la escuela, así que no conocer a la gente ya era normal para mí. 

A veces me gustaba quedarme acostado allí en el techo, esperando su regreso luego de que pasara tan rápido como un huracán, imaginándome nombres para él. ¿Sería de familia italiana como casi todas aquí? Tenía cara de italiano, podría ser. 

Despreocupado, como siempre, sin que me importara otra cosa, ahí estaba una noche más, en una madrugada ventosa en el techo de casa mientras mi papá y mi hermano dormían. 

Bajo luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora