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Aquel lunes fue el más frío hasta ese entonces. En las noticias de la mañana anunciaron la primer nevada de la temporada para esa misma noche. Esperaba que no porque aún no terminaba el dibujo del lago y no quería que la nieve tapara el paisaje.

Estaba en clases intentando hacer un esfuerzo para prestar atención al profesor y no distraerme pero cuando no estaba pensando en el incómodo y silencioso viaje en auto con papá de esa mañana, sin querer mi vista se desviaba hacia la ventana a mi costado. Miraba hacia la calle imaginando que Bruno podría pasar con su camioneta en cualquier momento, haciendo entregas, alegre, escuchando sus canciones y cantando con una sonrisa en su rostro como solía conocerlo.

No habíamos hablado desde la breve conversación de la noche anterior. No le escribí tampoco porque quería hacerlo en persona. Estaba decidido a hacerlo así que apenas salí de clases me dirigí hacia la forrajería.

El dueño, el señor Ricci, estaba allí atendiendo personas, y al parecer estaba solo. Ni siquiera estaba el rubio de la otra vez.
Cuando me vio me reconoció y me saludó amablemente.

— ¡Buen día! Julián ¿cierto? — yo asentí — Bruno me dijo que eras el hijo menor de los Bianco. Vienen siempre. ¿Cómo está tu papá?

— Ah, bien. — respondí algo incómodo.

— Envíales saludos de mi parte. ¿En qué puedo ayudarte?

— Estaba buscando a Bruno en realidad.

— Oh, no vino a trabajar hoy. — respondió. Eso me sorprendió. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza esa posibilidad. ¿Tan mal se sentía?

— ¿No dijo por qué?

— No. Lo dejo tomarse el día cuando lo necesita. Agustín está cubriendo sus entregas el día de hoy. — explicó.

¿Cuando lo necesitaba? O sea que no era la primera vez que ocurría. Esto se empezaba a poner extraño. Y creo que este hombre sabía más de lo que decía pero de todos modos no quise preguntar. No quería averiguarlo de él. Quería oírlo de Bruno.

— ¿Me puede dar su dirección, por favor? Es algo importante.

El señor Ricci me miró algo confundido pero accedió sin problema a darme la información.

Al fin, al fin la tenía en mis manos. Estaba lejos de allí así que cuando antes empezara a caminar mejor. No tenía dinero para un taxi y aunque era un pueblo pequeño, iba a tardarme un buen rato. Como me había dicho una vez, Bruno vivía cerca de la salida, cerca de la carretera, y cerca del lago también. Así que caminé todo el tiempo al costado del mismo aunque pude haber tomado otro camino.

Quizás ya me estaba amigando con él, de a poco. Quizás ya se volvía más tolerante para mí...

Cerca de mi destino, crucé la carretera, y luego dos calles más hacia dentro del pueblo. Bruno nunca me había traído por aquí, eso era cierto. Pero ahora ya sabía donde vivía. Desde aquí salía cada noche que iba a correr.

Y cuando localicé el número de su casa me quedé allí mirando desde la vereda de enfrente. La casa era pequeña pero nueva. Nada que ver con la mía.

Frente a ella reconocí su camioneta estacionada. Seguía en casa claramente.
Había otro vehículo, otra camioneta, estacionada atrás pero esa no lo reconocí. ¿De su padre, quizás?

No obstante cuando miré bien la parte trasera reconocí las bolsas de alimento balanceado. ¿Acaso era...?

Algo dentro de mí me dijo que me apartara del lugar y regresara por donde vine pero no pude. Lo único que hice fue retroceder unos pasos y esconderme tras un árbol cuando escuché la puerta abriéndose.

Bajo luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora