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La cafetería a la que Bruno me había llevado parecía nueva y estaba llena de turistas recién llegados. Estaba cerca de la entrada al pueblo, bastante alejado del centro donde estaba la mayor actividad. Fuimos hasta allí por pedido mío, obviamente, ya que no quería cruzarme con ningún conocido. Si hubiese sido por él habríamos comido algo en algún lugar cercano a mi escuela, pero considerando que mis compañeros solían reunirse en esos lugares después de clases, claro que me rehusé completamente. 

En frente de la cafetería había un pequeño hotel. Y por la ventana, desde donde estaba sentado, observaba a la gente entrar y salir. 
Por lo general, la mayor cantidad de turistas que recibe Valle Lago Azul son gente mayor. El pueblo es un lugar tranquilo y no hay mucho para hacer en realidad, así que es el destino perfecto para los abuelos o simplemente para las personas que vienen con la intención de no hacer absolutamente nada y solo dedicarse a descansar. Con excepción de los jóvenes y deportistas que suelen venir para esquiar en la temporada alta de invierno. 

Vi también algunas familias jóvenes con niños pequeños y ya me imaginaba lo mucho que se iban a aburrir los pobres. Para mí era el peor lugar para vacacionar si eras pequeño. 

Y ni hablar si nacías y vivías aquí como yo. 

Mientras tomaba el café que Bruno me había invitado junto con un postre de chocolate que pidió para compartir, le comenté al respecto porque ya hacía varios minutos que estábamos en silencio y era incómodo. Él tenía la vista fija en su taza de té, apenas si había probado el postre y me pareció verlo preocupado o distraído por algo. O quizás fue mi imaginación porque en cuanto me escuchó hablar me miró y me sonrió de forma instantánea. 

— ¿Te aburriste mucho durante tu infancia aquí? — me preguntó. 

— Pues...— callé. No me molestó su pregunta personal en realidad, pero al pensar en la respuesta el recuerdo de mi mamá asaltó directamente mi mente.

Si me ponía a recordar mi infancia la verdad que todo lo que veía eran risas. Me acordé de mamá, Leandro y yo revolcándonos en el pasto del jardín como unos salvajes mientras papá se reía de nosotros y nos asaba hamburguesas para comer en el almuerzo. 

Solíamos hacer aquello todos los domingos. Era como una tradición. Una que hacía mucho se había perdido…

— Perdón. — oí decir a Bruno — Sin preguntas ¿Cierto? 

— Ah, está bien. — sacudí la cabeza — Yo saqué el tema después de todo. 

— ¿A dónde fuiste? — volvió a preguntar, haciendo referencia a mi viaje mental al pasado. 

— A ningún lado. — dije — Supongo que cuando eres niño encuentras diversión en cualquier tontería…

— ¿Y eso no es bueno? 

— No sé. Cuando creces y conoces el horrible mundo real...se siente como si hubieras estado viviendo en una mentira. 

— No tiene por qué ser una mentira. — me contradijo. — El mundo real no tiene por qué ser tan malo. 

— Uhg — suspiré — Eres demasiado optimista. Me das ganas de vomitar. — bromeé y él rió. 

— Bueno, alguien tiene que serlo. 

— ¿Es que no hay nada que te ponga de mal humor? ¿Algo que odies? 

— Sí. — respondió enseguida, sin siquiera pensarlo. Aquello me sorprendió. — Detesto ver como la gente con oportunidades desaprovecha su potencial para hacer algo bueno con la vida. 

Puse mis ojos en blanco. Sabía que hablaba de mí. Esperaba que me respondiera otra cosa, algo sobre él. 
Sin embargo, parecía sincero de todos modos, como si de verdad lo pensara. 

Bajo luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora