25.- Ahora o nunca

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Alain se puso de pie. Era sábado, y los sábados no iban a estudiar a la mansión Maureilhan. Acababa de tomar desayuno, y mamá saldría a hacer unas compras al mercado. Se suponía que irían juntos, pero se le ocurrió otra cosa. Aprovechando que ella estaba en la cocina, buscó el teléfono de la casa. Llevó con él una libreta telefónica que tenía mamá, y ahí encontró lo que buscaba. Los teléfonos de las casas de Andrea y Silvain, también el de la mansión Maureilhan. No tenía mucho tiempo, así que empezó a marcar tan rápido como pudo.

Tuvo suerte de encontrarlos en casa. Primero marcó a Andrea, quien contestó fue una señora de limpieza que le pasó el teléfono de inmediato. Silvain sí contestó. Por último, en la mansión Maureilhan contestó el encargado del servicio, y no demoró mucho en hablar con Julius. Alain no dio explicaciones a nadie. Solo les dijo que en una hora todos tenían que encontrarse en la biblioteca de la mansión, que era super urgente y no podían fallarle. Por más que insistieron no quiso revelar nada, y solo respondió una única cosa:

—Es ultrasecreto. —Y punto.

Así que Alain se alistó para salir. Seguía nervioso, y no estaba seguro de que fuera a funcionar, pero valía la pena intentarlo. A él no se le ocurría nada, pero seguro a los chicos sí. Silvain sería capaz de cualquier cosa, Andrea era muy lista. Y Julius... Bueno, Julius era Julius. En algo ayudaría. Así que a pesar de los nervios, y temiendo que mamá descubriera su engaño, bajó al primer piso y fue directo a la cocina.

—Ma', ¿ya estás por salir? —le dijo al verla.

—Ajá, solo iba por mi billetera. ¿Qué pasa, hijo? ¿De todas maneras me acompañas?

—Ehh... No. Es que olvidé que quedé con los chicos de la orden encontrarnos en la mansión Maureilhan.

—¿Hoy? Qué raro. Jerome no comentó nada. —Rayos. Confirmado, no servía para las mentiras.

—No es cosa de la orden, es que vamos a hacer algo con... con vídeojuegos —sintió que estaba temblando. Mamá lo iba a descubrir en cualquier momento—. Es un torneo, ¿si? Somos solo nosotros.

—Ajá, ¿y por qué tan nervioso?

—Es que... es que... —Pensó que se le iba a trabar la lengua, y terminó soltando una verdad a medias—. No he terminado mis tareas y pensé que no me ibas a dejar ir. Mami, te prometo que cuando regrese acabo mis tareas, ¿si? Déjame ir. 

Audra lo dudó unos segundos. Sabía que siempre había sido un niño empeñoso con la escuela, jamás había desaprobado un curso. No iba a negarle eso, ¿verdad?

—Bueno... —Quizá su mirada angustiada acabó ablandando a Audra, pues esta sonrió de lado y le acarició los cabellos—. Te llevaré yo misma, luego voy al mercado.

—¡Gracias, mamá! —Gritó emocionado. Más que eso, fue todo un alivio.

—¿A qué hora quieres que pase a recogerte?

—Puedo venir solo en bus, ma'—le dijo, porque en realidad no tenía idea a qué hora iba a terminar. Es más, ni sabía qué iban a hacer.

—Está bien. Ahora vamos, se me hace tarde para comprar. ¿Te quedarás para almorzar?

—Seguro, Julius dijo que podíamos comer pizza. —Se dio cuenta del detalle. Pasando la mentira principal, la más escandalosa, el resto empezó a fluir con facilidad. Qué feo eso.

Alain y su madre salieron de casa y fueron en auto rumbo a la mansión. Ella lo dejó en la puerta, y antes de que se baje le dio algo de dinero para el bus, y para que compren pizza. Empezó a sentir la culpa por mentirle así a su mamá, pero cuando llegó a la biblioteca y encontró a todos esperándolo, se le pasó. Llegó la parte difícil del asunto.

Los diarios de Jehane de CabaretOnde histórias criam vida. Descubra agora