Capítulo 22

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Entre cruces y estatuas aquel sospechoso sujeto se paseó por el cementerio patrimonial, hasta llegar a la tumba que requeriría encontrar. Había perdido todo contacto con su amada, incluso, ella había cambiado el número de celular. Y su única oportunidad de encontrar era, quizá, ese día, el aniversario de muerte de su suegro. El día anterior había ido a dejarle un regalo para ella, estaba destrozado y no quería volver a verla, sin embargo no podía dejar de querer regalarle todo lo bonito que veía en la vida. Habían pasado días desde el fallido intento de serenata, y esa mañana había despertado decidido a darle una última oportunidad. Los seres humanos necesitan muchas oportunidades antes de acertar, sabía.

El ambiente lúgubre tan distante de lo romántico era el realidad el destino marcado para su última cita. Con seguridad sabía que no se había rendido pero sí necesitaba un descanso, el corazón de cualquier humano se puede romper de manera literal ante el dolor intenso y prolongado, él lo sabía.

Pero justo al verla a la distancia, con miedo a que ella lo haya visto también, pero recordando, al instante, que ella no ve bien de lejos, se arrodilló frente a una lápida y se le ocurrió fingir que lloraba a un muerto. Hizo todo un drama de sollozos bien fingidos, mientras ella le pasó por la espalda.

La observó de soslayo tomando las flores amarillas, luego leyendo la nota. Estaba embarazada, ya nadie podía ocultarlo.

«Señor Santinno, creo solo usted podrá entender por qué me enamoré de su hija de una manera tan profunda y dolorosa. Me gustaría encontrarlo y que me lo explicara porque yo no puedo entender y no sé cómo sacarla de mi corazón. Cuando ella venga, dígale que la amo, dígalo solo si no existe nadie que la comprenda y la ame como yo. Esas flores las arranqué de mi jardín, he sembrado un montón y espero que ella acepte cuidarlo conmigo por la eternidad.
Si ella desea regresar, la estaré esperando por siempre, no exagero. Ya no la busco más porque ella es muy enojona y no quiero que se vaya a molestar. Claro todos sabemos que no me rindo, pero le daré la oportunidad de demostrarme el amor que ha tratado de apagar todo este tiempo. Ella sabrá encontrarme porque nunca olvidará mi dirección.»

La vió llorar y quiso llorar con ella, pero era mejor irse de allí, porque muy sensible ella se molestaba, y tenía la tendencia de no pensar las cosas bien hasta después. Por eso, mejor se levantó y se alejó con su paso lento, llevaba algunos días sin sentirse bien, su cuerpo entero dolía, como los días atrás, cuando salió de cirugía.

Aunque ella percibió algo extraño en el sujeto no fue hasta que dejó la tumba de su padre que se atrevió a investigar. Bastó solo darle un vistazo a la tumba que lloraba, un muerto enterrado hace más de cien años, no podía tener a alguien que lo llorara en este tiempo.

—Era él —susurró con tristeza y rabia. Y como reflejo acarició su estómago, deseaba proteger a su hijo.


















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El pan tiene la culpa (Guayaquileña)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora