Capítulo 13

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Por sugerencia de don Pedro, el sujeto había llegado al cerro del Carmen, los Aristizábal le habían asegurado que era un excelente mirador. Pudo reconocer la panorámica, meses antes había recibido fotografías del lugar, su amada, con ese detalle le aseguraba que lo había recordado al apreciar la hermosa vista, además que deseaba tenerlo allí, junto a ella. Pero se sentía culpable, porque ahora dudaba de su sinceridad, y el amor no duda. Ya empezaba a debatir si acaso él la amó tan profundamente como creía hacerlo o su corazón estaba jugando con su mente.

—No papito, ¿vos viniste acá para seguir pensando en ella o darte un respiro? En el día todo el tiempo la tenés en la mente y en las noches sólo soñás con ella ¡Despertá!

Y tras un regaño y un suspiro se sentó en una banca, acompañado por la eterna soledad que antes fue acallada por las voces de los visitantes. Se sentó y se dejó llevar por cualquier recuerdo que quisiera salir a la superficie. Pasó un buen rato filtrando los recuerdos que le pertenecían a esa morena, hasta que no volvió a pensarla más, por un momento.

Estaba cursando el último año de secundaría cuando escuchó hablar de un escritor caleño, un genio, no tenía idea de quién era pero lo impactó cuando su profesor relató que Andrés Caicedo era fiel a la idea de que vivir más de veinticinco años es una insensatez, quizás por eso, a esa edad se suicidó. La idea no se le hacía escandalosa, hace poco había debatido con algunos compañeros que morir joven no parecía tan mal como la gente hacía creer, no era lamentable, era un privilegio si uno sentía que había disfrutado de la vida como se quería. Claro, el suicidio le parecía innecesario, solo decía que no le daba miedo morir joven si se daba la ocasión... Decir eso desató la primera oleada de frases despectivas, y por chismes que lo llevaron a la oficina del psicólogo de la escuela por orden de un preocupado maestro.

—¿Por qué me han hecho creer que soy propenso a efectuar la suicidación? —Se burló incrédulo de su realidad—. A toda costa siempre he enviado problemas, auto aniquilarse no es cerrar un problema, es dejar un mar de problemas para muchos.

Cuando hablaba de suicidio todos se escandalizaban, solo con la mera palabra. Eso le molestaba, si él fuera un suicida necesitaba ser escuchado, no juzgado. Frases como: "Cállate esos ojos", "no digas eso", "ni lo mencionés", "eso es de locos", si podían dañarle el buen genio, de verdad lo enojaba, pero solo cambiaba el tema para no molestar a la gente,sin embargo, mentalmente iba descartando de su lista de posibles amigos íntimos. A Santinna la tenía en una lista preferencial por su particular reacción cuando mencionó por primera vez la idea de auto-matarse. Si las personas restaran dramatismo y mostraran más interés personal, muchos suicidios no habrían tenido lugar, esa verdad lo inquietaba, él quería aprender siempre una manera nueva de salvar vidas.

Se levantó de la banca se acercó a la baranda protectora, posó sus manos sobre ella como si se fuera a impulsar para saltar, respiró muy profundo y...

—¿Entienden locos? —gritó a la entera ciudad de Guayaquil y a la vez a nadie—. Yo no creo en el suicidio como solución, yo quiero que se pueda desenredar el enredo mental que lleva a la suicidación. Que se aporten soluciones no problemas.

—¿A quién le dices loco?

Un nuevo oficial de policía apareció en su vida. Minutos más tarde estaba sentado en la parte de atrás de una patrulla de policía, mientras por la radio se reportaba el arresto de un loco, un presunto suicida. No estaba nada mal, se sentía contento, ahora él también podía presumir que había sido transportado en una patrulla. Lo único que lamentaba era no tener un teléfono celular para hacerse una selfie y reaparecer en su estado de Instagram después de mucho tiempo.


El pan tiene la culpa (Guayaquileña)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora