Capítulo 1

117 17 11
                                    

Si había una calle que conociera más de Guayaquil, esa era la Avenida Francisco de Orellana. El día que llegó a la ciudad la recorrió casi de principio a fin, dándose el tiempo necesario para pensar mejor las cosas respecto al dichoso plan que lo tenía lejos de su país. De nada sirvió pensar ese día pues otras cincuenta veces había recorrido la misma ruta absorto en sus pensamientos.
 

Esa mañana compró Pan recién horneado y caminó al lugar de trabajo de su amor, "casualmente" el local estaba ubicado sobre la dichosa avenida, y, "casualmente" había pasado por esa asera decenas de veces y lo mejor, o peor, es que jamás el tiempo y el espacio los había vuelto a poner de frente. Rogaba que esa mañana tampoco ocurriera, la amaba, la extrañaba, había perdido la cordura, pero era decente, no quería molestarla con su presencia. Necesitaba un mensajero y, ¡Qué suerte!, Un niñito de unos diez años estaba sentado en el portón de su casa.
 

—Buen día, ¿Quieres ganarte cinco dólares por entregar este pan a una señorita que trabaja allí? —exhibió un billete que sacó del bolsillo derecho del pantalón, luego señaló el local; dos casas adelante.

El niñito negó.

—Cinco dólares es nada —aseveró molesto.

 
¿Desde cuándo los niños eran tan ambicioso? En su época hasta una caja de cartón desechada por los adultos era un tesoro especial para cualquier niño. Para él una caja de cartón seguía siendo inmensurable hasta la muerte.

—Cinco dólares por llevarlo, y quince dólares más cuando yo compruebe que has cumplido tu misión ¿Aceptas, o busco un adulto capacitado? —negoció con propiedad. No era tacaño, tampoco impaciente, pero no soportaba a los niños, era una inexplicable alergia que tenía desde que podía recordar. Entre menos tiempo tuviera que conversar con ese niño mejor.

El niñito frunció los labios. Era pequeño pero orgulloso, ¿Para qué ser reemplazado por un adulto capacitado si él mismo era un niño capaz de cumplir una petición tan sencilla? Justo le había dado en el clavo... Aceptó.

La misión fue sencilla, el niñito debía solicitar a la asesora legal de la empresa, con nombre y apellido, con la excusa de cobrarle un domicilio. El producto a entregar era pan, todos en la oficina la habían visto comer pan con devoción miles e veces, nadie sospechó que fuera una farsa, así que cuando ella negó haber pedido pan, cada uno de los presentes la reprendió recordándole que todos conocían cuánto amaba un pedazo de pan, que no valía la pena negarlo. A regañadientes la susodicha tuvo que salir y, al encontrarse con el niño, tan pequeño, no pudo más que lanzarle una mirada de extrañeza. Mientras el sujeto que orquestó la escena la contemplaba a lo lejos, con un cigarrillo en los labios. Era la primera vez que la veía desde que ella puso fin a su relación. Y sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar cuántas veces le regaló esa expresión a él. Deseaba besarla, pero ahora solo el cigarrillo que tenía en los labios era el consuelo, un "reemplazo" en la adicción que tenía por el sabor de sus besos.

En una pequeña discusión sobre quién se quedaba con el pan, el niño le aseguró que si no recibía el domicilio él se iba a poner a llorar en la calle y a gritar que ella era una pervertida, además, el pan era gratis y un admirador secreto lo había enviado, ¡Qué tenía de malo aceptarlo!

—¿Cómo es la persona que te lo dio?

—Creo que alguien más jóven que usted, pero se ve fatigado, con una palidez increíble como un enfermo —confesó el niñito.

—¿Cómo pretendes que me coma ese pan? Puede tener Coronavirus.

—Pues, botelo, pero recibalo. Ese ya no es mi problema... Y lávese las manos.

Así, terminó la discusión. La abogada regresó a su puesto de trabajo con un pan que la tentaba a comerlo, pero con la incertidumbre en la cabeza. Sin embargo, morir ya no estaba entre sus temores y un rugido de estómago le confirmo que estaba de acuerdo con su pensar: se comió el pan.

El pan tiene la culpa (Guayaquileña)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora