Capítulo 21

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Una mañana, después de terminar su trabajo en la panadería de don Pedro. El sujeto caminó de regreso a casa, pasó por el mercado central, primero porque quería estar en los sitios donde su papá había estado, segundo para aprovechar y comprar algunas cosas que necesitaba para el sustento suyo y de Gia.

La lista de cosas por hacer en Ecuador , con el fin de recorrer los pasos de vida de su padre hacía la adultez, estaba casi completa. De las cosas más inusuales que había echo su padre fue pedirle a un marinero que lo dejara subir a un barco enorme que había llegado a la orilla, desde tierra se hizo tomar una fotografía en el barco... Pero él no tenía ni idea de cómo iba a hacer eso tal como su padre. Lo único cierto es que su viaje y el de su progenitor eran muy distinto. Su papá dejó Colombia en busca de una oportunidad de trabajo en el país vecino, con el fin de enviar dinero a su mamá y a sus hermanos pequeños, al llegar a Ibarra no tenía nada, solo la ropa que llevaba puesta y era un niño de once años; él, por su parte, no necesitaba dinero, y tener trabajo no era una necesidad porque mantenía dos buenas inversiones de negocio en su país, y su cuenta bancaria seguía en movimiento, incluso su idea era invertir en Ecuador y generar trabajo en base a las necesidades que estaba creando la pandemia. Pero consideraba necesario estar lejos de casa para reparar y mejorar la persona que tenía dentro, el chico roto que juraba no tenía el derecho de amar, solo así podía dar algo a las personas que amaba. Solo por eso la razón hizo tregua con su corazón cuando ese traicionero le propuso seguir a la mujer amaba hasta el fin del mundo, de ser necesario.

Le gustaba escatimar esfuerzos, siempre buscaba la manera de matar más de dos pájaros con un solo tiro. Era tan calcular que le costaba un poco aceptar cuando algo no salía como lo planteaba. Pero consideraba que todo iba mejor de lo que había planeado.

Caminó por el mercado sin prisa. Era conciente de que el edificio había tenido una oportuna intervención y había sido remodelado, sin embargo, se esforzaba por imaginar a su padre, en otra época, caminando por allí. Vivió a solo unas calles, le mencionó una tal Aguirre, la habría buscado pero se le ocurrió algo que debía hacer para intentar recuperar a la mujer que le quitaba el sueño. Tras comprar todo lo necesario uso el transporte público para regresar a casa más pronto.

Después de ordenar las compras y alimentar a la gatita, se fue a bañar. Para vestirse escogió una camisa blanca, un pantalón formal azul rey, corra y zapatos marrón y por esta vez uso el sombrero de paja toquilla, sin poner una pañoleta primero, ya tenía el cabello largo, hasta el punto de cubrir por completo la cicatriz que dejó una cirujía de cráneo dónde le extrajeron un molesto temor. Se miró al espejo para comprobar que nadie aparte de él podía sospechar que estuvo a punto de morir y salió del baño, para tomar la guitarra, la gatita, las llaves del auto, y salir rumbo a la casa de la mujer soñada.

Mientras conducía hacía calentamiento de voz, fracasando en el intento de relajarse. Le dolía el estómago, estaba muy nervioso, tenía ganas de arrepentirse y regresar, pero por costumbre siempre ignoraba el arrepentimiento, así era él. Creía que ya era tiempo de dejar de estar pendiente de ella a la distancia, él tenía la obligación de cuidarla porque la había hecho su mujer y las promesas no se podían quedar en el aire. Al menos, por su parte, no iba a rendirse porque sabía que la amaba, el amor no puede ser ignirsdo, y una parte de todo lo vivido le decía que ella lo amaba igual aunque quiso demostrarle lo contrario. Si lo rechazaba, esta vez iba a exigirle una explicación, las personas no abandonan porque sí en el mejor momento, y sí, se equivocan pero regresan y juntos todo se soluciona. Pero ella no daba la cara, solo le escribió la despedida, y las cosas más bonitas no merecen un final tan absurdo tan similar a un programa de televisión de caricaturas baratas para niños de la última generación. No, una relación como la de ellos merecía un debate, una guerra mundial de ser necesario para poner el punto final.

—Somos adultos muy inteligentes, merecemos vivir los dos no como el tonto de Jack, se sacrificó para salvar a Rose, cuando... ¡Dios!, ¡todos sabemos que ambos podían sobrevivir!

Ya estaba cerca de la casa, había superado cualquier obstáculo para estar frente a esa casa, había rectificado por otro medio cuál era a casa exacta.

Allí estaba, con su guitarra haciendo el punteo de la canción Guayaquileña, de Julio Jaramillo, una melodía que conocía desde pequeño y nunca pensó que la iba a dedicar a una mujer Guayaquileña, incluso, conociendo a su morena le pareció que la canción no encajaba por completo para cantarsela porque nunca estarían separados pensó, pero allí estaban viviendo la canción, meses sin verse ni hablarse.

Al volver...
Después de un año entero de haber deseado este momento.
Quiero ser...
El motivo que llene todo tu pensamiento.
Para ver...
Si con el tiempo no has olvidado esta promesa:
De amarme siempre aunque mi ausencia sea tu tristeza.
De amarme siempre aunque mi ausencia sea tu tristeza.

Empezaron a asomarse los vecinos a las ventanas y puertas, pero en esa frente a él, nadie salía aunque las luces estaban encendidas. Él siguió cantando con más sentimiento.

Guayaquileña, linda florcita de primavera.
De los jardines la más bonita por ser morena,
Guayaquileña te entrego toda mi vida entera,
Con mi canción también te dejo el corazón.

Al volver,
Después de un año entero de haber deseado este momento
Quiero ser...


Interrumpió su interpretación de inmediato cuando salió, de la casa, un hombre con cara de pocos amigos, furioso.

—¿A quién le andas cantando esa canción? —reclamó mientras se le vino encima y lo agarró de la camisa— ¿A mi mujer?

—No, a su mujer nunca, le canto a mi mujer —respondió sin temor. Junto antes de sentir un golpe en la cara.

Se esforzó por no perder el equilibrio, especialmente porque la guitarra no debía sufrir otro daño. En eso salió una mujer de la casa y abrazó al agresor evitando que volviera a golpear al sujeto extraño, que por cierto tenía exelente voz y que había llevado serenata a su casa.

—No, un momento —pidió el golpeado cantante—. Aquí solo viven las dos hermanas y la Chihuahua, las hermanas Santinno, Dulce y mi morena. Mi Santinna.

—Joven ellas vendieron la case hace unas semanas —avisó una vecina de entre el gentío de curiosos.

El agresor sorprendido abrió los ojos.

—Disculpeme brother, pensé que le cantaba a mi mujer.

—Claro, la serenata que le pagaste para demostrale que la amas y que confías en ella —respondió molesto. No era tanto por el golpe, era el sentimiento de impotencia de saber que su Santinna ya no estaba allí. ¿Dónde la iba a encontrar?

—Y ¿usted quién es? —se atrevió a preguntar la misma señora—, ¿Una de las ellas es su pareja?

—Sí, de la menor.

—¡Usted es el que preñó a la menor! —exclamó la señora con la emoción de quién se entera del mejor chisme.

—¿¡Qué!?

—Sí, la menor está embarazada, ya debe estar a punto de parir y no hubo forma de enterarme quien era el papá, hasta hoy. ¿Es usted verdad? O ¿el hijo es de otro?

—Debo irme.

Aunque no supo cómo logró conducir para alejarse del lugar, era conciente de que no podía seguir haciéndolo, se podía accidentar. Estaba realmente confundido, ¿Cómo podía ella estar embarazada? No podía tener un hijo suyo y ocultarlo, además ella no quería hijos, nunca, ¿por qué tener un hijo sin él? ¿No era de él? ¿Esa era la razón para alejarse sin explicación?

—¿De verdad nunca me amo? ¿Entonces solo me utilizó?

Se estacionó al borde de la carrera, encendió las luces de parqueo, activó el freno de emergencia y hizo lo que se había obligado aprender con los años, llorar. Cómo un hombre que amaba sin límites y había sido traicionado.










El pan tiene la culpa (Guayaquileña)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora