Capítulo 20

16 5 2
                                    

A las cinco y treinta de la mañana, el horno pitó, avisando que estaba listo el primer pan de la producción diaria.

—Vamos a ver como le quedó el pan a este pelado. —Don Pedro mostró una sonrisa divertida.— Que no nos vayas a quebrar el negocio, porque Gloria, esa sí te quiebra. Esa mujer es brava, yo estoy vivo de milagro.

Doña Gloria lo miró de lejos, con fingida indignación. Mientras tanto, don Pedro abrió el horno. Dando un silbido de aprobación.

—Se ve bonito —aprobó.

Sacó la bandeja y la puso encima del mostrador, con pinzas agarró un pan y lo puso sobre una servilleta, para poder probarlo. Dio un mordisco, saboreó, con expresión neutra, miró a su mujer, miró al aprendiz y adoptó una cara de preocupación.

—Y... ¿Qué tal? —preguntó doña Gloria, quién ya no podía contener la incertidumbre.

—Este pancito, quedó bacano. ¡Felicidades! Este pelado me va a montar la competencia al negocio.

Los tres rieron, ya se sentía un ambiente familiar, como si fueran amigos de años. Al instante don Pedro les permitió probar el pan, para continuar con la labor diaria.

—Vos aprendes rápido —señaló don Pedro—. Estás jovencito, ¿Por qué no te metes a la universidad? Recibir educación superior, siendo profesional tenés más oportunidades.

—Ya estuve en la universidad, varias veces, diferentes carreras, y no aguanté... —confesó con franqueza—. Me irrita la hipocresía y la discriminación.

Don Pedro lo miró expectante.

—Un hombre muy, demasiado viejo, incluso ya murió... Quizás usted lo conoció: Aristóteles se llamaba, un filósofo griego. Yo creo que usted lo conoció  —insinuó serio, pero en el fondo guardaba la perversa intención de molestar.

—¿Insinuas que soy viejo? —rió. Doña Gloria no paraba de reír. Hasta se alejó un poco—. Este mocoso si es conchudo.

—Perdon, no pude evitarlo. Pero a verdad, no me parece que se vea viejo, todo lo contrario —declaró—. En fin, don Aristóteles dijo: "La educación consiste en dirigir los sentimientos de placer y dolor hacia el orden ético".

Después de hablar, pasaron varios minutos en lo que no agregó ni una sola palabra. Siguió amasando como si la conversación hubiera llegado a si fin, dejando a la pareja expectante.

—Bueno, y, ¿qué tienen que ver las palabras de Aristóteles con lo de que no terminaste la universidad? —preguntó don Pedro, no aguantó la curiosidad que sentía.

—No, nada. Solo me han parecido bonitas palabras y creí adecuado mencionarlas.

Don Pedro, a manera de desquite, sintió la necesidad de lanzarle al más jóven medía libra de masa, pero se contuvo. Doña Gloria, en cambio, disfrutaba más al dejar fluir la risa. Le agradaba la personalidad bromista de su jóven compatriota.

—Ya cuéntale la historia a Pedro, si no, hoy no duerme —exigió en tono amable doña Gloria.

La historia tenía orígen más o menos terminando grado décimo, el momento en que su colegio empezó a organizar visitas a diferentes universidades de la ciudad. Para ese entonces ya tenía algunos certificados que le abrían puertas en el mundo laboral, había tomado la delantera a sus compañeros de curso y, al recibir el grado de noveno grado, se inscribió en todos los programas de formación que acertó era capaz de cumplir sin descuidar sus últimos años de escuela. Diseño de empaques y material P.O.P, impresión offset, producción de imágenes multimedia con programas como Photoshop, ilustrador y Corel draw, aplicación de estucos y reparación y decoración de paredes, pizzas y pastas, y cuentas contables, por si acaso; esos eran algunos de los conocimientos adquiridos en dos años, y planteaba inscribirse en un curso que vio de postres y tortas, o quizás en el de ensamble y mantenimiento de computadoras, mientras cursaba grado once, si no le parecía que tenía un horario apretado. Le gustaba aprender, así como le gustaba hacer preguntas.

El pan tiene la culpa (Guayaquileña)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora