Capítulo 30

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Igualdad

     La historia del vuelo hacia la libertad de Fred y George se contó tantas veces en los días siguientes que comprendí que pronto se convertiría en una de las leyendas de Hogwarts. 

     Al cabo de una semana, los que lo habían presenciado estaban casi convencidos de que habían visto a los gemelos lanzar bombas fétidas desde sus escobas a la profesora Umbridge antes de salir disparados hacia los jardines. Inmediatamente después de su partida, muchos alumnos se plantearon seguir los pasos de los gemelos Weasley. Oí a varios hacer comentarios como: «Te aseguro que hay días en que me montaría en mi escoba y me largaría de aquí» o «Una clase más como ésta y creo que me marco un Weasley». 

     Fred y George se habían asegurado de que nadie se olvidara de ellos demasiado deprisa. Para empezar, no habían dejado instrucciones para lograr que el pantano, que todavía inundaba el pasillo del quinto piso del ala este, desapareciera. La profesora Umbridge y Filch habían intentado retirarlo de allí por diversos medios, pero ninguno había dado resultado. Finalmente acordonaron la zona, y Filch, aunque rechinaba los dientes muerto de rabia, tenía que encargarse de llevar a los alumnos en un bote hasta las aulas. 

     No tenía ninguna duda de que profesores como Flitwick o McGonagall habrían hecho desaparecer el pantano en un abrir y cerrar de ojos, pero, como había ocurrido en el caso de los Magifuegos Salvajes Weasley, al parecer preferían que la profesora Umbridge pasara apuros. Por otra parte, no había que olvidar los dos enormes agujeros con forma de escoba que habían hecho las Barredoras de Fred y George en la puerta del despacho de la profesora Umbridge al ir a reunirse con sus dueños. 

     Filch puso una puerta nueva y se llevó la Saeta de Fuego de Harry a las mazmorras, donde se rumoreaba que la profesora Umbridge había puesto un trol de seguridad para vigilarla. Sin embargo, los problemas de Dolores Umbridge no acababan ahí. 

     Inspirados por el ejemplo de los gemelos Weasley, un gran número de estudiantes aspiraban a ocupar el cargo vacante de alborotador en jefe. Pese a la nueva puerta del despacho de la profesora Umbridge, Lee me pidió un escarbato de hocico peludo, y cuando se lo conseguí me dijo que era para deslizarlo bajo la puerta de su despacho. No tardó en destrozar el lugar en su búsqueda de objetos relucientes, saltó sobre la profesora cuando ésta entró en la habitación e intentó roer los anillos que llevaba en los regordetes dedos. 

     Además, por los pasillos se tiraban tantas bombas fétidas que los alumnos adoptaron la nueva moda de hacerse encantamientos cascoburbuja antes de salir de las aulas, porque así podían respirar aire no contaminado, aunque eso les diera un aspecto muy peculiar: parecía que llevaban la cabeza metida en una pecera. Filch rondaba por los pasillos con un látigo en la mano, ansioso por atrapar granujas, pero el problema era que había tantos que el conserje no sabía adónde mirar. 

     La Brigada Inquisitorial aparentaba que hacía todo lo posible por ayudar, pero los Slytherin sabíamos que no era así. Nadie aguantaba a la Vieja Sapo, ni siquiera los de su misma casa, por lo que las serpientes se la pasaban haciendo trastadas también, aunque más disimilados.

     -He visto a una Ravenclaw embrujando un cubo de tinta de calamar para que se girara encima de la cabeza de la profesora -dijo Draco-. He hecho como si no la hubiera visto, ha sido una muy buena idea.

     -Yo he conseguido uno de sus anillos -sonrió malicioso Warrington mientras lo alzaba en medio de una de nuestras reuniones del la Brigada-. ¿Cuanto creeis que me darán por el cuando lo venda?

     Pero por supuesto, era nuestro trabajo pararlos aunque sea un poco. No queríamos que la profesora sospechara, y mucho menos que los de las otras casas pensaran que no éramos tan malvados como queríamos aparentar. Era nuestra tapadera, y nos orgullenecía en verdad.

Lilianne y la Orden del FénixWhere stories live. Discover now