Capítulo 11

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La profesora Dolores Umbridge

     Ese mismo día, fui la primera en llegar para desayunar. Eso no era lo extraño, lo que de verdad me desconcertó un poco, fue que los segundos en entrar fueran los gemelos Weasley.

     -Sabíamos que te encontraríamos temprano aquí -dijo Fred.

     -Por lo que hemos echo el esfuerzo para poder hablar contigo en privado -explicó George-. No tomará demasiado tiempo.

     Fred me dió un papel. Parecía un anuncio. 

     ¡GALONES DE GALEONES! 

¿Tus gastos superan tus ingresos? ¿Te gustaría ganar un poco de oro? Si te interesa un empleo sencillo, a tiempo parcial y prácticamente indoloro, ponte en contacto con Fred y George Weasley, sala común de Gryffindor. (Lamentamos decir que los aspirantes tendrán que asumir los riesgos del empleo.)


     -¿Me estáis diciendo -dije alzando los ojos hacia ellos-, que queréis utilizar a niños como conejillas de indias para nuestros experimentos?

     -Dicho así no suena tan bien -admitió Fred sin importancia-, pero era solo para que vieras que vamos a invertir un poco de dinero aquí.

     -Haced lo que queráis -dije mordiendo la tostada con mantequilla y mermelada de fresa.

     -¿No se supone que como prefecta deberías decir algo al respecto? -sonrió cómplice George.

     -Ya os lo dirá Hermione -adiviné-. A demás, que eso recae bajo la responsabilidad de los propios niños. Pero si les paso algo medianamente grave, si que deberéis correr.

     -Por eso eres nuestra prefecta favorita -sonrió George y me pellizcó la mejilla.

     -Eres la excepción entre los idiotas de la insignia -me pellizcó la otra su hermano-. Por eso te queremos tanto. 

     -No me toquéis -les aparté las manos con fastidio.

     -Esa es nuestra amargadita -dijeron los dos a la vez mientras se iban.

     -Pero nosotros sabemos -dijo George.

     -Que en fondo, pero muy fondo de tu corazoncillo -continuó Fred.

     -Nos quieres -acabaron la frase los dos juntos y juntaron sus manos haciendo un corazón. 

     Masajeé mi sien y cerré fuertemente los ojos. ¿Por qué debía seguir aguantando a esos dos idiotas? Sería tan malditamente fácil inculparlos de todo y hacer que se quedaran expulsados. Así dejarían de joderme sin lugar a duda.

     Los alumnos empezaron a entrar, y  todos, incluso la mayoría de los de mi casa, me miraban con recelo, como si pensaran que me iba a lanzar a su yugular y arrancarles el cuello de un mordisco.

     Entonces recordé lo que dijo Dumbledore en el banquete de final de curso del año pasado sobre Tom. Dijo que su «fuerza para extender la discordia y la enemistad entre nosotros es muy grande. Sólo podemos luchar contra ella presentando unos lazos de amistad y mutua confianza igualmente fuertes». 

     A eso es precisamente a lo que se refería Dumbledore. No hacía ni tres meses que el idiota había regresado, y ya habíamos empezado a pelearnos entre nosotros. Y la advertencia del Sombrero Seleccionador era la misma: permaneced juntos, estad unidos... 

     Pero sabía que eso era como pedir que Malfoy regalara su escoba a un muggle. Una cosa que solamente podía ocurrir después de una catástrofe, y aún así habría dudas. 

Lilianne y la Orden del Fénixحيث تعيش القصص. اكتشف الآن