Capítulo 3

742 74 21
                                    

La reunión

     -¿Qué? -preguntó Harry sin comprender. 

     -¡Se ha marchado! -dijo la señora Figg, retorciéndose las manos-. ¡Ha ido a ver a no sé quién por un asunto de un lote de calderos robados! ¡Ya le dije que iba a desollarlo vivo si se marchaba, y mira! ¡Dementores! ¡Suerte que informé del caso al señor Tibbles! Pero ¡no hay tiempo que perder! ¡Corre, tienes que volver a tu casa! ¡Oh, los problemas que va a causar esto! ¡Voy a matarlo! 

     -Pero... -La revelación de que su chiflada vecina, obsesionada con los gatos, sabía qué eran los Dementores supuso para Harry una conmoción casi tan grande como encontrarse a dos de ellos en el callejón-. ¿Usted es...? ¿Usted es bruja? 

     -Soy una squib, como Mundungus sabe muy bien, así que ¿cómo demonios iba a ayudarte para que te defendieras de unos Dementores? Te ha dejado completamente desprotegido, cuando yo le advertí... 

     -¿Qué está pasando aquí? -llamé su atención. Debía marcharme, la luna estaba casi en su punto -. ¿Qué es lo que acaba de pasar? ¿De qué estáis hablando tía?

    -Corre a casa y escóndete -me dijo Harry zarandeándome-. No habrás a puerta de nadie Chris, es peligroso estar aquí afuera. No puedo explicártelo ahora, confía en mi.

     Asentí y me fui a toda velocidad hacia la casa de la señora Figg, quien al pasar por su lado le hice un gesto de silencio. La llave estaba debajo de un gnomo de jardín para cuando yo llegaba tarde. Entré a toda prisa, me envolví en la capa de invisibilidad y agarré la llave de la Casa de los Gritos y el dinero para el autobús.

     No tenía tiempo de cambiarme. 

     Salí de casa y, en menos de dos minutos apareció delante de mi. 

     -A Hogsmeade, rápido por favor -le dije aún con el aspecto de la sobrina de Arabella-. Es una emergencia.

     Y como si le luz tratásemos, llegamos enseguida a nuestro destino.

     -Gracias.

     -De nada guapa.

     Corrí, corrí todo lo que mis piernas daban. Miré el reloj de mi muñeca, las doce menos cuarto. 

     No creía que lo conseguiría. Separé aún más mis pasos e hice el último sprint bajo la capa invisible. Todos esos ejercicios matutinos y las caminatas de la noche habían servido para algo. Justo cuando bajé la colina y crucé el el maltratado jardín. Me empecé a marear, no aguantaría mucho más tiempo.

     Con las manos temblando, entré en a la casa y cerré en un portazo antes de perder el conocimiento y sucumbir a una pesadilla de ojos abiertos. 

     Parecía que la luna estaba más majestuosa que nunca, porque el dolor de esa noche fue insoportable.

     Me desperté hirviendo. Me encontraba desnuda en el suelo, justamente bajo el sol abrasador que se colaba por los tablones de la ventana. Volví en mi y empecé a recordar lo de la noche anterior.

     -Voy a matar a Mundungus.

     Me arrastré y poco a poco conseguí ponerme de pie. Fui al armario tambaleándome, estaba todo patas arriba. Chisté. Agarré algo de ropa que tenía allí guardada, me vestí a duras penas y me acosté sobre la cama.

     -No recordaba que fuera tan malo... Chris -dije a la nada-. Desde que te fuiste, no consigo mantener mi mente en calma. Todos dicen que parezco más enferma que nunca, pero se me ha obligado a dibujar una sonrisa en la cara todos los días.

Lilianne y la Orden del FénixUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum