Capítulo 20

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El ojo de la serpiente

     El domingo por la mañana, fui a mi árbol del lago. Había utilizado el giratiempos la noche anterior y había acabado todos los deberes. Estaba con mi primer regalo de Hagrid, la flauta travesera de madera oscura.

     Tocaba desde arriba de aquella rama alta que conseguía ganar a Hagrid en altura por milímetros, y toqué despreocupada mientras disfrutaba del frío en mi cara. Peque se refugiaba buscando calor entre mis pechos, y Nyx dormía tranquila enredada en la bufanda de mi regazo.

     Los que pasaban cerca de mi se acallaban a escuchar y se iban a otra parte. De lejos, oía los gritos de alegría provenientes de los jardines, donde los alumnos se divertían patinando en el lago helado, deslizándose en trineo. 

     Los gemelos, por lo contrario, encantaban bolas de nieve que volaban a toda velocidad hacia la torre Gryffindor y golpeaban con fuerza los vidrios de las ventanas. 

     Al final salió Ron muy enfadado.

     -¡Ya basta! -sacó la cabeza por la ventana-. Soy prefecto, y si una de esas bolas de nieve vuelve a golpear esta ventana... ¡Ay! -Metió la cabeza rápidamente. 

     Los gemelos consiguieron darle y chocaron las manos. 

     La reaparición de Hagrid en la mesa de los profesores al día siguiente no fue recibida con entusiasmo por parte de todos los alumnos. Algunos, como Fred, George y Lee, gritaron de alegría y corrieron por el pasillo que separaba la mesa de Gryffindor y la de Hufflepuff para estrecharle la enorme mano; otros, como Parvati y Lavender, intercambiaron miradas lúgubres y movieron la cabeza. 

     Sabía que muchos estudiantes preferían las clases de la profesora Grubbly-Plank, y lo peor era que en el fondo, si era objetivo, reconocía que tenían buenas razones: para la profesora Grubbly-Plank una clase interesante no era aquella en la que existía el riesgo de que alguien terminara con la cabeza seccionada. 

     Aunque yo seguía prefiriendo a Hagrid y no solo porque era mi amigo. Era mejor en todos los aspectos: presentaba criaturas increíbles, era su pasión, nos enseñaba a cuidarlas y no solo como eran... Era mi profesor favorito. ¿Peligro? ¿Y que más da que hubiera un poco de peligro en sus clases? Los alumnos iban de un sitio hacia otro lanzando maldiciones que no conocían y que podían dejar daños mentales a otros estudiantes, literalmente llevábamos armas siempre con nosotros. 

     El martes me encaminé hacia la cabaña de Hagrid a la hora de Cuidado de Criaturas Mágicas, bien abrigada para protegerme del frío. Estaba preocupada no sólo por lo que a Hagrid se le habría ocurrido enseñarnos, sino también por cómo se comportaría el resto de la clase, y en particular Draco y sus amigotes, si los observaba la profesora Umbridge. 

     Sin embargo, no vi a la suprema inquisidora cuando avance trabajosamente por la nieve hacia la cabaña de Hagrid, que nos esperaba de pie al inicio del bosque. Hagrid no presentaba una imagen muy tranquilizadora: los moretones, que el sábado por la noche eran de color morado, estaban en ese momento matizados de verde y amarillo. Para completar aquel lamentable cuadro, Hagrid llevaba sobre el hombro un bulto que parecía la mitad de una vaca muerta. 

     -¡Hoy vamos a trabajar aquí! -anunció alegremente a los alumnos que se le acercaban, señalando con la cabeza los oscuros árboles que tenía a su espalda-. ¡Estaremos un poco más resguardados! Además, ellos prefieren la oscuridad. 

     -¿Quién prefiere la oscuridad? -preguntó Malfoy ásperamente a Crabbe y a Goyle con un dejo de pánico en la voz-. ¿Quién ha dicho que prefiere la oscuridad? ¿Ustedes lo han oído? 

Lilianne y la Orden del FénixWhere stories live. Discover now