Capítulo 17

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Ejercito de Dumbledore

     Pude ver que el día siguiente, el trío de oro estaba en movimiento. Los tres iban de acá para allá más separados de lo normal, y hablando unos pocos segundos con los alumnos que se habían reunido con ellos en Cabeza de Puerco.

     Conseguí alcanzarlos a oír una vez. 

     -Hoy a las ocho en punto en el séptimo piso, frente al tapiz en que los trols están dándole garrotazos a Barnabás el Chiflado.

     La túnica ondeaba al viento y se enroscaban alrededor del cuerpo mientras atravesaba chapoteando los inundados huertos para asistir a una clase de dos horas de Herbología. El martilleo de las gotas de lluvia, duras como piedras de granizo, apenas les dejaba oír lo que les decía la profesora Sprout. 

     Aquella tarde la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas tuvo que trasladarse de los jardines, azotados por la tormenta, a un aula libre de la planta baja. Me senté en el vestíbulo, y pude ver que poco a poco, hacia las siete y media, los aliados subía por las escaleras un poco tensos. 

     Yo me fui a la biblioteca, un lugar muy frecuentado por mi. 

     A las ocho menos diez, los gemelos entraron por la puerta, pasaron los ojos por la estancia, y cuando repararon en mi sonrieron y se me acercaron a mi mesa apartada.

     -Sabíamos que te encontraríamos aquí -dijo Fred-. Queremos que nos acompañes.

     -La última vez ya me salté demasiadas reglas -les dije sin apartar la mirada del libro-. No voy a seguiros hoy.

     -Esta vez no te arrepentirás -aseguró George con una sonrisa.

     -No -dije sin mirarlos.

     De reojo, vi como los hermanos se miraron entre ellos y asentían con una sonrisa.

     -Al menos prueba esto -dijo Fred dándome algo enrollado en un papel colorido-. Es un bombón de la fiebre. Te hará subir la temperatura. Te toca a ti probar.

     Los miré con una ceja alzada. Me habían dicho que tenían unos bombones desmayo, y sabía que estaban desarrollando algo para la fiebre, pero eran unas pastillas, no bombones. Los dos querían desmayarme.

     Lo cogí, le di un mordisco he hice como si lo masticara. No lo hice, pero puse los ojos en blanco y los cerré antes de dejar mi peso muerto sobre la silla. 

     -Genial -dijo Fred chocándole a su hermano- Ahora la llevaremos allí.

     -Cuando se despierte va a estar muy enfadada -se rió George-. Menos mal que Harry nos ha dejado la capa de invisibilidad. Cuando vea para que era, se va a poner de lo más nervioso.

     -Eso da igual -dijo Fred, y empezó a guardar el libro que había sacado a mi mochila-. Yo la  llevaré.

     -Yo cogeré su mochila y después os pondré la capa -dijo apoyándome en la espalda de su hermano-, vaya, no pesa nada.

     -Y que lo digas -dijo Fred agarrado bien mis muslos y moviéndose hacia arriba y abajo sin llegar a saltar-. Mamá tenía razón, está flacucha. Mejor, más fácil para nosotros.

     George nos echó la capa por arriba, y yo escupí el bombón sin que se dieran cuenta. Salimos de la biblioteca, y la señora Pince se quedó extrañada de ver salir solamente a uno de los hermanos.

     -Cuando despierte -decía Fred-, nos va a caer una buena.

     -Y cuando vea a los otros -contestaba su hermano-, aún más.

Lilianne y la Orden del FénixWhere stories live. Discover now