Capítulo 4

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Una preciosa reunión familiar

     -¡Fuera de mi habitación! -le ordené mientras volvía a poner el jersey de pija en su sitio.

     El profesor levantó la varia hacia mi y, sin decir nada, mi pijama se cortó horizontalmente lo suficiente alto para dejar la marca del mordisco al descubierto.

     Sus ojos brillaron peligrosos, teníamos problemas.

     -Mobilicorpus -gruñó y sentí como levitaba.

     -No -me zarandeé en el aire-. ¡Espera, espera!

     -¡Severus! -gritó la señora Weasley -¿Qué estás haciendo?

     Pero no hizo caso a ninguna de nuestras reclamaciones. 

     Yo debía mantener la tela de la camiseta en su sitio, porque se podía escapar alguna teta, mientras me intentaba tapar el mordisco con la otra mano.

     -¡Lo sabía, sabía que pasaría! -decía enfadado bajando las escaleras con la punta de la varita en mi dirección haciéndome seguirle por los aires dando alguna que otra vuelta a costa de mi voluntad-. ¡Se lo advertí, pero no me hizo caso! Lo dije, lo dije un millón de veces. ¡LUPIN, NO TE ESCONDAS!

     Pasando por el pasillo, intenté agarrarme a la cortina, pero solo conseguí despertar al retrato de Walburga.

      Las apolilladas cortinas de terciopelo se habían separado dejando ver a una anciana con una gorra negra que gritaba sin parar, como si estuvieran torturándola; no era más que un retrato de tamaño natural, aunque el más realista y desagradable que había visto en mi vida. La anciana echaba espuma por la boca, sus ojos giraban descontrolados y tenía la amarillenta piel de la cara tensa y tirante; los otros retratos que había en el vestíbulo detrás de ellos despertaron y empezaron a chillar también

     -¡Cerdos! ¡Canallas! ¡Subproductos de la inmundicia y de la cochambre! ¡Mestizos, mutantes, monstruos, fuera de esta casa! ¿Cómo os atrevéis a contaminar la casa de mis padres? 

     Todos los que quedaban en casa vieron como Snape me llevaba hasta la cocina. La señora Weasley desistió de su intento de cerrar las cortinas y echó a correr por el vestíbulo, intentando parar a Snape, pero por detrás, un hombre de largo cabello negro salió disparado por una puerta que Harry tenía enfrente. 

     -¡Cállate, vieja arpía! ¡Cállate! -bramó, y agarró la cortina que la señora Weasley acababa de soltar. La anciana palideció de golpe. 

     -¡Tú! -rugió, mirando con los ojos como platos a aquel hombre-. ¡Traidor, engendro, vergüenza de mi estirpe! 

     -¡Te digo que te calles! -le gritó el hombre, y haciendo un esfuerzo descomunal, Lupin y él consiguieron cerrar las cortinas.

     Cesaron los gritos de la anciana, y aunque todavía resonaba su eco, el silencio fue apoderándose del vestíbulo. Jadeando ligeramente y apartándose el largo y negro cabello de la cara, Sirius, el padrino de Harry, se dio la vuelta. 

     -Hola, Harry -lo saludó con gravedad-. Veo que ya has conocido a mi madre. 

     Snape se dio la vuelta enseguida, encarando a Lupin y Sirius, que miraba con mala cara a quien me llevaba.

     -¿Que te crees que haces Snape? -gruñó Sirius mirando como flotaba.

     -¿Yo? -lo desafió-. ¿Por qué no le preguntas a Lupin porque Lilianne no pudo venir a dormir ayer aquí.

     -Dumbledore dijo que estaba haciendo algo fuera de peligro -replicó sin entender Lupin.

     El profesor me dejó en el suelo de una sacudida y me levantó del brazo. Me empecé a marear y casi tropiezo. 

Lilianne y la Orden del FénixWhere stories live. Discover now