13

1.2K 269 16
                                    

Habían pasado tres meses desde el suceso entre Matthew y yo, no lo había vuelto a ver desde entonces y se corría el rumor que había ido de urgencia a atender negocios en Corea. Mi querida Bárbara seguía aumentando de peso y de tamaño, ahora con siete meses, era una mujer encantadora, se había evitado la quimioterapia en el primer trimestre con tal de no provocar malformaciones al feto y ahora ella había comenzado a recibirlas hacía dos meses debido a que había resultado imposible la operación debido al estado de salud de Bárbara y el bebé. El resultado era que volvía a los vómitos y su cabello había comenzado a caer, pero mi amigo, siendo muy ella, se lo había rapado con una carcajada mientras veía a su desorientado esposo levantarse a las tres de la madrugada para verla afeitándose sola.

Era mi turno de estar con ella, así que llevaba la suficiente comida con la esperanza de que se le antojara picar algo que lograra caerle al estómago, había sido testigo de cuando sufría con ello, puesto que, con la quimioterapia, los vómitos y el asco parecían una condición irrefutable al tiempo que quería obligarse a comer para mantenerse fuerte y alimentar a su bebé, era una situación que nos sobrecogía a todos. Abrí la puerta de la casa con la llave que me habían dado y miré sorprendida a Timothée, quién bajaba las escaleras charlando tranquilamente con Alek.

"Hola Raphaela" saludó el pobre hombre con un mal semblante.

"¿Ocurre algo? ¿Ella se encuentra mal?"

"Está dormida por el momento" dijo sin más.

Timothée me miró y pude entender fácilmente lo que quería decirme sin que nuestras bocas emitieran ni una sola palabra, Alek por su parte siguió su camino hacia la cocina y yo me acerqué al hombre al pie de la escalara.

"¿Qué ha pasado?"

"Parecen no ser buenas noticias, llevo intentando hacer que Alek se sienta mejor durante horas."

"¿Corre peligro?" no podía evitar que mi voz se quebrara.

"No quieren hablar mucho de ello" suspiró, "iré a ver cómo está Alek, creo que no ha comido nada desde ayer."

"Espera" lo tomé del brazo, "Bárbara de todas formas está dormida, iré contigo."

"Intentaré llevarlo a que coma algo."

"Por eso mismo" asentí y sonreí, "¡Alek! ¡Venga a la cocina!"

El hombre salió con cara extrañada de una de las habitaciones de la planta baja y miró a Timothée con extrañeza.

"No lo sé, será mejor hacerle caso" recomendó.

De un momento a otro tenía a Timothée cortando vegetales y a Alek ayudándome a mover otra cacerola, nos habíamos divertido haciéndolo, no era que yo fuera la mejor cocinera del mundo, pero había aprendido algunas cosas de mi abuela en México y otras cuantas cuando viajé por el mundo. Justo ahora les haría un caldo de pollo que según mi abuela aliviaba absolutamente cualquier mal, incluso el del corazón, era un caldo milagroso.

"¡Eh! ¡Ten cuidado al poner eso!" le grité a Timothée antes de que tirara las zanahorias en la cacerola.

"Eres una chef de lo más gruñona" sonrió el hombre, haciendo caso y siendo precavido para no quemar a su amigo que se reía.

"No tenía idea que supieras cocinar Raphaela, no quiero ofenderte, pero fue lo último que te imaginé haciendo."

"No es que me gusté demasiado" probé el caldo, "pero al menos sé hacer algunas cosas, mi abuela decía: una mujer siempre tiene que ser bien arreglada, ser bien estudiada y ser una buena ama de casa, porque la mujer o lo es todo o no es nada."

El regreso de: RaphaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora