Epílogo.

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Epílogo.

Llevaba leyéndole un rato. Lo suficiente para que la noche cayera sin darse cuenta. Siempre sucedía, que se perdía en la historia, los recuerdos, y la sonrisa ilusionada que le regalaba.

—Y esa es la historia de cómo se conocieron, se amaron, y vivieron felices por siempre.

Ella asintió, mirándolo por un par de segundos. Bradley no podía creer lo hermosa que estaba a pesar de tener cincuenta y cinco. Los años no pasaban en ella. Inmediatamente, recordó cómo nueve años atrás su Chelsea se fue apagando; casi la misma edad que él tenía cuando la conoció.

—¿Te he visto antes? —preguntó ella, teniendo esa sensación de que sabía quién era él. Podría ser la mirada en su rostro lleno de líneas de expresión por la edad. Aunque tal vez era la sonrisa que le estaba regalando, pero de lo que Chelsea estaba segura era de que lo conocía.

—Sí, me conoces.

Las primeras veces que ella hizo esa pregunta Bradley sintió esperanzas de que estaba recordando. Sin embargo, aprendió a las malas que alimentar ese deseo lo consumía. No le permitía darle lo que Chelsea quería para los días en que el Alzheimer ganara. Decidió no albergar más que amor y resignación, tratando de cumplir su deseo.

—Claro. Estás leyendo para mí. Debemos tener algún tipo de amistad —concordó la pelinegra con una que otra cana, llevando su cabello trenzado—. Aunque tuve este sueño. O creo que son destellos de mi pasado. De un hombre de ojos grises y cabello rubio; él siempre está allí cuando tengo esos destellos. Es más joven que tú —comentó, buscando en los ojos de Bradley una respuesta.

A ella le gustaría poder recordar su pasado. Sin embargo, el señor canoso frente a ella le estaba leyendo una historia tan hermosa, que compensaba el no tener memorias propias.

—¿Es tu historia y la de tu esposa? —Ella reparó en el anillo que él llevaba en su dedo anular de la mano izquierda.

Bradley asintió sonriendo hacia Chelsea.

Al principio fue difícil, pero con el tiempo se volvió manejable. Anteriormente, él saltaba a decirle que era la historia de ellos dos. No obstante, la confundía; conforme avanzó la enfermedad se dio cuenta de que era mejor leer lo necesario. Sin dar sus nombres, sin presionar a que tuviera recuerdos.

—Sí. La historia de una vida llena de amor. Un amor que jamás pensamos sentir. Que nos hizo apreciar cada momento como si no hubiera un mañana.

Le rompía el corazón no decirle que ella todavía lo veía en sus sueños. Pero, otra vez, eso lo ayudaba a entender que quizá no lo recordaba como él lo hacía, pero sabía que muy en el fondo, su corazón latía por ese amor tan especial que compartieron.

Era un sentimiento agridulce. No obstante, siempre acaba en la idea de que la vida es un misterio. Si Chelsea no estuviera enferma, seguramente, ni siquiera estarían juntos; ella estaría cantando o siendo abogada; maestra o una mujer casada. Él seguiría sumergido en su mundo de negocios, hasta que la edad lo obligaría al retiro. Puede que se hubiera casado, o conociéndose, seguiría en ese sexo vacío. Se dio cuenta de que estaría solo; la ironía fue encontrar a una chica joven con la que pudo compartir su edad madura, y que le enseñó a amar de verdad. A vivir intensamente. Le enseñó a descubrir la pasión en cosas sencillas como pintar una pared y que tuviera un significado, únicamente porque lo hacía con la persona que amaba. Entendía que esto debía pasar y, aunque le dolía que no lo reconociera, al menos tuvieron un excelente viaje juntos. Una vida que cualquier persona debería vivir.

No cambiaría nada. Los días malos, ni buenos. Envejecer junto a su Chels era el mejor regalo.

Sabía que era egoísta agradecer una enfermedad, pero a su modo de ver, esa hermosa chica ya estaba destinada desde antes de nacer a heredar el Alzheimer, y era esa parte la que agradecía, porque el universo no quiso que él acabara sin amar de verdad, y que Chelsea pasara sus últimos años sin alguien que la amara sin importar su condición.

Y te conocí Where stories live. Discover now