Capítulo 11.

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Claire.

Durante todo el vuelo pensé en las distintas posibilidades de perder a mi hija. Nunca se la habían llevado los de Servicios Sociales hasta ese momento.

Buscar a Sunny con un labio roto y una contusión en la mejilla no era algo que ellos dejarían pasar. Fue otra de las razones por las que le pedí a Bradley ese favor. Contaba con que le valdría tan poco que ni siquiera le importaría mis golpes. Sin embargo, la manera tan triste en que me miró y cómo apretaba el volante al llevarme a casa, me dieron un norte de cuánto le afectó.

Ningún cliente me había llevado en su auto antes; siempre algún chófer, o utilizaba mi auto para llegar a sus casas o donde sea que pidieran verme. Lo que me hacía preguntarme quién manejaba más de tres horas solamente por un favor. Otro punto más a mi idea de que él era diferente, lo que no me ayudaba a olvidar cómo me hacía sentir.

No sabía mucho de su vida, pero sus acciones hablaban más que cualquier cosa.

Después de que se fue e hice todo lo que necesitaba hacer, me miré en el espejo, con mi más reciente interrogante: ¿qué haría con esas golpes? El morado se podría tapar con maquillaje, pero tenía la mitad de la cara hinchada, lo que no se iría en un día.

No era la primera vez que alguien perdía los estribos, pero que Bradley lo viera me provocó un sentimiento de asqueo conmigo misma.

Sus palabras calaron en mí: «hazlo por ella»; todo lo hacía por Sunny, pero empecé a cuestionarme si era la vida que quería para mi hija; recibiendo a su madre con un ojo morado o con golpes en las mejillas. En ese instante no entendía nada, pero crecería, ¿qué le diría entonces?

Pensé en mis posibilidades: una chica que no había ido a la universidad, ¿cuáles eran sus opciones? ¿Turnos dobles en una cafetería? ¿Trabajo doméstico en algún hotel? ¿Trabajar en una tienda? Además de lo que hacía, no existía otro trabajo que me diera la facilidad de cuidar de ella sin medir los centavos que estaba ganando.

Una lágrima rodó por mi mejilla, después otra, luego una más, hasta que me dejé caer en el piso del baño llorando y jadeando por aire. No lloraba por ser utilizada, por ser prostituta, sino porque no veía otro trabajo que me permitiera ser madre soltera sin facturas vencidas o retrasos en la renta. Lloraba porque sabía que Sunny merecía más que una madre de a ratos.

Esa pequeña había pasado por tantas manos en sus pocos años de vida. Antes de conseguir a Dolores, dependía de diferentes niñeras y algunas chicas del trabajo me cobraban para ganar un par de dólares extra. No me sorprendió que no llorara en compañía desconocida como Bradley y su hijo; Sunny estaba rodeada de personas que la cuidaban cuando Dolores no podía trabajar.

Por primera vez en mi vida me arrepentí de mi mundo. Me lamentaba de ser una puta.

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Camille inspeccionó mi rostro, moviendo el mismo de un lado a otro, con su dedo presionando mi barbilla. Al notar que Jones se pasó, chasqueó la lengua.

—No puedes trabajar así —Se quejó, no porque le importara mi salud o incluso mi seguridad, sino porque era una de sus putas favoritas y perdería dinero en lo que mi cara volvía a ponerse decente—. Esto le costará a Jones, Claire —advirtió, con una mirada severa.

La agencia tenía una política estricta en el contrato sobre maltrato físico a las trabajadoras. Sí, en esa agencia los clientes firmaban un contrato la primera vez que adquirían los servicios. En ella, se comprometían a dar buenos tratos, sin abuso físico sin justificación —esto último para aquellos que tenían inclinación por el BDSM—; debían especificar la cantidad de tiempo que requerían el servicio. Dejar un depósito para concertar una cita, y el resto se cancelaba cuando la trabajadora llegaba al punto de encuentro. Cero intimidad fuera del trabajo, y un sin fin de reglas más.

Y te conocí Where stories live. Discover now