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JACE

El fondo del mar me da mucho miedo.

Me detengo frente al espejo y veo mis ojos rojos y las ojeras debajo de ellos. He llorado toda la noche, he dormido mal y he tenido una pesadilla que desgraciadamente ha resultado ser real.

Me siento vacío. Sin propósito.

—Jace, ¿estás listo?, ya nos tenemos que ir. —La voz de mi madre me saca de mis pensamientos.

Está en el umbral de la puerta, lleva un vestido negro. Para la ocasión

—Sí, pero pueden adelantarse, quiero estar solo un rato —digo, aún mirándome los ojos en el espejo.

— ¿Estás seguro de poder conducir? —pregunta esta vez mi papá.

—Sí, solo quiero estar solo. —Me sale la voz entrecortada.

—Está bien, nos vemos allá. Ten cuidado al conducir y, si te sientes mal, no dudes en detenerte y llamarnos —me aconseja mamá. Asiento y se acerca para darme un beso en la mejilla,

Los pasos alejándose y la puerta cerrándose me hacen saber que se han ido y me he quedado solo. ¿Qué hice para merecer este dolor? ¿Acaso hice todo mal? ¿No la amé lo suficiente? Ella se fue para siempre. Nunca podré volver a escuchar su preciosa voz, su sonora risa, no podré ver más sus ojos hermosos, sus besos, no volveré a abrazarla, nunca más podré tomarle la mano o limpiar sus lágrimas, llevarla a casa y ayudarla con su mochila, ya no, se acabó.

Camino por la habitación mirando el cuadro que me hizo. Pienso en su delicada forma de despedirse de mí. Me siento tan mal, quisiera que alguien me despertara de este horrible sueño. Dejo el cuadro a un lado y tomo nuestra foto del baile, la mejor noche de mi vida, nuestras sonrisas, ojalá se pudieran mantener así por toda una eternidad, pero es más que imposible.

Siento que no disfruté de su compañía lo suficiente.

Siempre creemos que no debemos dar todo de nosotros por miedo, pero no sabemos qué pasará al día siguiente, si esa persona nos seguirá queriendo, o si esa persona se quedará a nuestro lado.

Por ejemplo, yo esperé mucho para decirle lo que sentía, se lo dije indirectamente, pero ahora no podré estar frente a ella y decírselo. Pude decirle hace mucho tiempo, pero sentí que era muy apresurado, y tal vez lo era, aunque no habría perdido nada en decirle todo.

Dejo la foto en su lugar y voy hasta mi escritorio, tomo un papel, una pluma de gel color negro y comienzo a escribir. Unas cuantas lágrimas se escapan de mis ojos por cada palabra que escribo, la hoja se mancha.

Aquí me voy a despedir como se debe porque creo que no podré hacerlo luego.

Termino la carta y la doblo por la mitad para después ponerla en un sobre color amarillo. La meto en el bolsillo interno de mi saco, me levanto, me miro una última vez en el espejo y salgo de la habitación.

Bajo lentamente las escaleras y salgo de casa, subo al auto y coloco música, específicamente «Angel», de Kodaline.

Es hora de dejarla ir.

Conduzco por las calles de la ciudad mientras la canción describe muy bien la situación. Paso por el puesto de helados, donde Charlie y yo íbamos; la preparatoria, donde comenzó nuestro amor, mi lugar feliz que quise compartir con ella; y la secundaria, donde la conocí, hasta llegar al cementerio donde está.

El día está soleado y todo se ve muy feliz, y es obvio, ¿quién no estaría feliz de recibir a Charlie? Es un privilegio tener ahora quien pinte a detalle los cielos.

Después de conducir un poco distraído por fin llego al lugar, un enorme campo verde con miles de lápidas grises.

Detengo el auto junto a la acera y quito las llaves, tomo una bocanada de aire y luego lo suelto, abro la puerta y salgo del auto, meto las manos a mis bolsillos y camino hasta el espacio designado a Charlie. Hay una carpa color blanco y muchas personas vestidas de negro. Los gritos de la señora Dillar pidiéndole a su hija que vayan a casa juntas me quiebran. Dejando a un lado lo que hizo o no hizo, debe ser horrible perder a tu hijo y supongo que duele más al ser consciente de que hiciste muchas cosas mal.

Hasta el último de mis días. [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora